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Los descuidos de Juan Soriano.

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Elena Poniatowska
Los “descuidos” de Juan Soriano

Elena Poniatowska, maestra de entrevistadores, habló largamente con el maestro de líneas, colores y mitos vivos, Juan Soriano, y tuvieron frente a ellos el magnífico libro publicado por Ave del Paraíso dentro de su colección La Aurora. El texto del poeta y músico cubano Orlando González Esteva lleva el título general de Amigo enigma y los dibujos de Soriano constituyen no solamente una historia artística sino el sorprendente testimonio de una educación sentimental. “El dibujo me sirve como una reflexión y un tirabuzón para sacarme cosas que tengo dentro y no sé cómo son”, dice el maestro Soriano y Elena juzga que “vive fascinado por la perfección de la forma y Grecia y Roma son sus ideales de belleza”.

Amigo enigma es el libro del poeta y músico cubano Orlando González Esteva sobre los dibujos de Juan Soriano publicado por Ave del Paraíso dentro de la colección de La Aurora. Se terminó de imprimir el día 18 de agosto en Madrid, España, día en que Juan Soriano cumplió ochenta años. El prólogo de Pierre Schneider y la coordinación de Marek Keller hacen de estas 462 páginas escritas y estos 491 dibujos a tinta, a lápiz, carboncillo y sanguina, una verdadera joya bibliográfica. Además de estas páginas sobre Juan Soriano, Orlando González Esteva es autor de Mañas de la poesía, El pájaro tras la flecha, Elegía del garabato, Cuerpos en bandeja, Mi vida con los delfines y Tallar en nubes.

Amigo enigma es una maravillosa combinación de poesía y prosa, una constante declaración de amor a la obra de su amigo-enigma Soriano quien seguramente le corresponde. Consta de poemas y recuerdos que se entrelazan con los dibujos de Soriano. El destino los une hasta en los detalles más inesperados. Orlando, el poeta, nació en Palma Soriano, Cuba.

Puede ser el azar pero puede responder también a aquella armonía preestablecida que rige al universo. Unidos en un solo acto creativo, ambos asorianados, González Esteva escribe como Soriano pinta. Vean ustedes si no. Orlando rescata el hábito del tabaco como un acto creativo. Las formas de humo salen de la boca del fumador emulando la infinidad de formas que esperan pacientes en la imaginación del pintor. “¡Ah, fumadores artistas, atesorad vuestro vicio, que sin vosotros el aire se moriría de aburrimiento, las nubes niñas no tendrían a quien imitar, y los ángeles no sabrían con qué hacer las pelucas de los muertos que salen a pasear por el cielo!” –canta este insólito cubano.

Si Pierre Schneider dice en el prólogo que el dibujo es a la pintura lo que la música de cámara a la música orquestal, Juan Soriano va mucho más allá porque, para él, el dibujo es el punto de partida y sin él no habría nada.

Dibujar es pensar. Dibujar es para Soriano un hecho puramente intelectual. Al soltar las líneas en la hoja en blanco y dejar que se expresen libremente, Soriano establece entre la mente, la mano y el papel un puente único de actividad creadora.

“Yo pienso cuando dibujo y se me ocurren ideas, entonces hago pequeños apuntes de lo que creo debería salirme bien. Los guardo y años más tarde, los recuerdo y los uso. Tengo bocetos de algo que vi en el cielo una tarde y agarré un lápiz y lo apunté; luego lo dejé, se me olvidó y mucho tiempo después encontré ese apunte que era como un pensamiento, un recordatorio.”

En el dibujo de Soriano subyace un ingrediente especial que supongo deliberadamente buscado. Las formas se comunican entre sí. El niño es ave, árbol, ventana; la nube es rostro, tortuga, coche; la mano flor, agua, animal; la mujer es noche, estanque de ranas e incendio a quien González Esteva recomienda poseer a la intemperie, entre el cielo y el pasto “porque la mujer que yace boca arriba –dice– no se acopla con un hombre sino con todo lo que se abre encima de él, a espaldas de él, y flota sobre ambos y le habla de cosas que éste, distraído, empeñado en mascullar las suyas, jamás alcanza a escuchar.”

No encontraremos en la vida real
a los hombres y las mujeres que
Juan dibuja sobre el papel

En uno de sus hermosos diálogos, Voltaire hace decir a la naturaleza que no es más que arte que aspira a ser naturaleza y esa fórmula resume algo de la esencia de los dibujos de Soriano. El arte no es naturaleza pero su encanto radica en hacernos creer que sí lo es. El artista no se conforma con el mundo tal como ha sido creado sino que inventa nuevas formas para dibujarlo. No encontraremos en la vida real a los hombres y las mujeres que Juan Soriano dibuja en el papel. La prodigiosa Lupe Marín se rebeló: “Me ves como si estuviera muerta.”

“Yo quería más libertad –dice Juan–. Quería que en esos retratos de Lupe entraran sus gestos, sus manos, el movimiento de su boca al hablar, sus enojos, sus grandes furias, sus injurias, su sarcasmo, su capacidad de ofender a los demás. Quería demasiadas cosas y eso no podía entrar en una sola pintura. Entonces le dije que si se dejaba retratar como yo quería la pintaría yo (porque conociendo su carácter, se podía enojar conmigo, insultarme y decirme hasta de lo que me iba a morir). ‘Si no estás de acuerdo, no lo puedo hacer.’ Ya había tenido muchas malas experiencias de que mientras el cuadro era más íntimo, más mío, más lo rechazaba la gente.”

“Lupe era tremenda, la primera vez que la pinté me dijo: ‘Mira, es un cuadro precioso, me gusta muchísimo pero me pintaste como maricón. Así es que se lo regalé a mi hija, Lupe.’ También le hice una gran escultura de cerámica de un poco menos de dos metros que Ruth, su segunda hija, me pidió para Bellas Artes. Nunca la volví a ver. Después me enteré de que se les rompió y tiraron los pedazos a la basura sin decirme nada.”

Todos los días durante dos años

“A Lupe la vi todos los días durante dos años, hice muchos apuntes y pequeñas acuarelas tratando de agarrar la forma de sus ojos, cómo ponía los pies, cómo caminaba, busqué que se pareciera a ella pero sin ser una caricatura, que no fuera algo de crítica ni nada, sino al contrario, una armonía de dibujo y color. Para mí fue maravilloso porque me sentí libre, hice todo lo que se me daba la gana con sus orejas y sus vestidos. Le decía que se moviera mientras yo la dibujaba en el aire y no paraba de hablar, de opinar, de criticar. Era muy difícil captarla como yo quería porque si se te pasa la mano haces una especie de caricatura. Algunos apuntes los deseché, otros los guardé pensando en que los haría pintura o escultura como la que se perdió.”

Como los monstruos de Picasso, hasta los apuntes de Soriano hechos a vuelapluma pertenecen al mundo de la imaginación, ese otro reino que compartimos. “Hay otros mundos, pero están en éste”, escribió Benjamin Peret, el poeta.

Quien dibuja atrapa. Juan Soriano pilla en su libreta una verdad antes desconocida que busca reflejar la intensidad inicial del pensamiento. Capta los rasgos sustanciales de Lupe Marín, de sus niñas muertas, de sus niñas vivas, de sus gatos y sus flores, sus jirafas y sus tortugas, sus pulpos y sus peces y asistimos al nacimiento de la forma a partir de dos o tres líneas fulgurantes. Con esas dos o tres líneas Juan consigue el movimiento: las líneas, inmóviles en la hoja, son móviles a la vista. Los bailarines giran frente a nosotros; el derviche en el papel está vivo; saltan las ranas; los falos son periscopios de sal.

Podríamos encontrar el equivalente literario del dibujo en el aforismo. Pocas líneas, pocas palabras. El aforismo puede conducir al poema o al ensayo en la misma forma en que el dibujo lleva al cuadro o a la escultura; así también el punto conduce a la línea y la palabra al poema. El punto es el centro gravitacional y el origen de todo dibujo. Orlando González Esteva lo dice muy bellamente: “La línea, antes de ser, es siempre punto. Algo con ella comienza; algo con ella termina. De ahí la responsabilidad del que dibuja.” Como todos sabemos, el Renacimiento nos donó el punto, cualquier punto está en el centro del mundo y Dios no es más que el punto del que parten todos los demás: una esfera cuyo centro está en todas partes y su circunferencia en ninguna. Octavio Paz vuelve a enunciar esta verdad en “Niño y trompo”:


Cada vez que lo lanza
cae, justo,
en el centro del mundo.

González Esteva nos dice que la misma firma de Juan Soriano descansa en cuatro puntos cardinales: el de la solitaria jota –que es también un signo de admiración–, el que marca el fin de esta jota inicial, el de la “i” de Soriano y el punto final de la firma. Si hubiera que establecer la distinción entre el clásico y el romántico, Soriano sería más clásico que romántico porque, aunque no lo parezca, Juan vive fascinado por la perfección de la forma y Grecia y Roma son sus ideales de belleza.

El hombre viene del mar
y el arte lo devuelve al agua

Sus estudios del cuerpo humano, ligeros en el trazo, transmiten una sensación de movimiento, de ola de mar. El hombre viene del mar y el arte lo devuelve al agua, al movimiento inicial, al laboratorio primigenio donde se esconden y se acumulan todas las formas que ahora pueblan el mundo. Nuestra vida se inicia en el agua. Junto a los demás animales nace el hombre, el más indefenso de todos pero el único capaz de dibujarlos a todos y de convertirse en todos (pero también el único en considerar que esto tiene alguna importancia, destaca Lichtenberg). ¿Acaso el hombre no puede volverse tigre, paloma, elefante y pez? –parece preguntar Juan Soriano con su sonrisa de dientes de caballo. Los antiguos chamanes se confundían con los animales al utilizar sustancias alucinantes, pero aun en el carro del Metro, en la cola del pan o en el alto del semáforo un animal, nuestro propio animal, nos acecha.

El animal que tenemos dentro

La Bruyère nos vio cara de perro, de gato, de vaca y de asno, el burro que tocó la flauta de Soriano. El hombre imita y transforma; es él y también todo lo que no es. Por eso somos más parecidos a los dibujos que a los espejos, porque el espejo miente, calla, mancha y esconde, mientras que el dibujo abstrae, purifica y dice. Configura lo oscuro, ordena el caos. El poeta es un surtidero de palabras y el dibujante, de formas. Cuando uno y otro escriben o dibujan, sacan a la superficie algo que no existía más que en su cabeza. Su maestría consiste en lograr que la obra se parezca lo más posible a ese mundo interior que lleva consigo.

“El dibujo me sirve como una reflexión y un tirabuzón para sacarme cosas que tengo dentro y no sé cómo son” –dice Juan Soriano–. Las traigo dentro pero todavía no tienen forma. Son como gusanos o una infección que debe salir de alguna manera y que el dibujo expulsa. El dibujo es maravilloso para eso porque su línea no tiene la dimensión de una pintura. Al pintar, echas manchas en una tela o en un muro e inmediatamente sugieren realidades físicas y volúmenes a los que tú les tienes que encontrar sentido. En cambio, el dibujo es una idea muy escueta de la cual puedes partir.”

Los dibujos de Juan Soriano no tienen un tema o, mejor dicho, su tema es el dibujo mismo. No hay ideología, no hay mensaje ni mucho menos moraleja. Las líneas estallan en ideas visuales y en formas intelectuales.

“Es bonito dibujar –dice Juan Soriano– porque ese boceto es como un hilo que llevas y traes, enredas y desenredas. Es muy maleable; es una cosa chiquita que tienes que luego va a ser un cuadro grande, un grabado o una escultura. Al principio quería hacer a la fuerza una cosa, me violentaba y nunca me salía bien. Tuve que aprender que cuando me descuidaba, me salía porque de pronto aparecían cosas que yo no sabía que podía dibujar y otras que tampoco sabía que podía componer o que ni siquiera me había fijado en ellas; una cara, un cabello, el vestido de la mujer cuyo retrato iba a hacer o simplemente el mar, el árbol, la rosa que nunca podría describir con palabras.”

“Dices árbol y es el concepto de árbol, dices nube y es la nube; pero dibujando, esa nube se pude convertir en una cara o en una mano haciendo una seña pornográfica. Esa misma línea tú la empiezas a cambiar en una hoja y puedes sugerir montones de cosas de las cuales escoges las que están más cerca de tu sentimiento, que es un sentimiento muy raro porque no tiene forma ni concepto. Es casi una sensación, como que tienes sed, o como que tienes el deseo de seguir jugando con las líneas. No sé si me explico, pero es así como me nacen los cuadros.”

La muerte

Las palabras pertenecen a los hombres, el dibujo al mundo. El dibujo no es copia del mundo: es su esencia.

Imposible hacer a un lado las constantes referencias de Soriano a la muerte: delgados esqueletos aprisionados en jaulas o frágiles catrinas a punto de entrar por una ventana, cráneos coronados de flores; cementerios, huesos que danzan, fragmentos de hombres y mujeres, un caballo degollado. Soriano, hombre perpetuamente erecto, dibuja en constante erección. Orlando González Esteva escribe: “Mi infancia transcurrió en un cementerio. Mi casa fue una tumba, mis primeros compañeros de juego, una tribu de fantasmas.”

Soriano dibuja el sueño y se fascina por el carácter sexuado del encuentro. Los animales copulan con los hombres, como en Soldado con caimana, Mujer con peces o Mujer con toro. Adán y Eva cómplices de la serpiente avientan sus gatos desenfrenados, sus cabrillas, sus osos menores y mayores, sus cisnes y sus perros a rodar por toda la bóveda celeste. El énfasis genital es también sideral. Los cuerpos que ruedan en el espacio lo hacen con su pene-antena en alto para detectar la música de las esferas.

El mundo está ahí para ser dibujado y Juan Soriano se avienta al espacio.

Dibujar es conocerte a ti mismo

En “Juan Soriano: niño de mil años”, Juan me contó:

“Cuando era yo muy niño había un taller de bicicletas cerca de mi casa. ‘Ven niño, pásale’, decían y los veía horas enteras arreglar las bicicletas y uno de los mecánicos dibujó a Mutt y Jeff y me quedé sorprendidísimo porque nunca había visto salir una imagen. En la casa, no tenía yo tinta china –él los había dibujado con tinta china– pero tomé los lápices de colores de mis hermanas y en el cartón de una caja de zapatos, dibujé también a Mutt y Jeff y me salieron igualitos.

”Mi hermana Martha fue mi adoración por original y porque además me gustaba mucho dibujarla, su nariz, la forma de su cabeza y sus ojos. Hice muchos dibujos de ella, me posó muchas veces desnuda. No era un cuerpo maravilloso pero cuando joven tenía una figura bien agradable. Un día la agarré y le dije:

”–Ahí siéntate. Ahora eres mi modelo. Destápate toda y párate con los brazos pa’rriba que te voy a pintar como la Victoria de Samotracia.

”Y que le quito la ropa y que en ese momento entra mi mamá gritando:

”–Pero ¿qué es esto? Degenerados, se van a condenar. ¿Tú con tu hermana encuerada?

”Y yo respondí tranquilísimo:

”–La estoy pintando.

”[…] Mi madre luego se acostumbró tanto que también me posaba y una vez que quise hacerle un retrato me dice:

”–¡Ay no, me has puesto los pechos muy feos!

”Y entonces buscó un libro:

”–Yo los tenía así.

”Era un desnudo de Renoir.

”Le respondí:

”–Oye mamá, yo no quería hacer hincapié en tus pechos.

”Jamás pude hacerle un buen retrato a mi mamá.

”Dibujar es conocerte a ti mismo, conocer el mundo que heredaste, el de tus antepasados, porque vivimos en un mundo heredado. Aprendí mucho tratando de dibujar los objetos que hicieron otros, las mesas, las sillas, las caras que tiene la gente, ¿no? Cada época tiene su cara, ¿no? pero cada persona la ve, siente y dibuja distinto a partir de su conocimiento de la vida. Toda esta angustia de crear escenografías, vestuarios para teatro, ilustraciones de libros, escultura, objetos artísticos, monumentos, arquitectura, iglesias, cabañas o casas de lujo para vivir de una manera excepcional, todo eso es un acto de amor; un afán por compartir con otros emociones, por inventar formas y preservarlas del olvido. Todo se olvida y como todo se olvida entonces le entra a uno la tristeza de que todo lo que vi de fulano y de zutana que eran gentes extraordinarias se va a perder, entonces haces retratos o figuras que intentan parecerse a esas personas.

”Nunca he copiado. Siempre que he querido partir de un cuadro de alguien o de una emoción ya reflejada por otro, lo tengo que abandonar porque al final no me sale y no me gusta. No soy esa persona, no soy ese artista. ¿Para qué repito lo ya hecho en vez de dejar libre lo que tú no sabes que eres, o lo que tú ocultas o niegas o crees que no tiene valor?

”Lo más horrible de todo son las opiniones.

”Antes me costaba mucho trabajo decirle a un amigo que me enseñaba algo que él consideraba una obra de arte que a mí me parecía una mierda.”

¿Yo, de dónde saqué esto?

“Conmigo mismo pasaba lo mismo. De pronto me venía una idea e iba viendo que era una repetición de algo que vi hace mucho y me gustó, pero que no era mío ni acababa de ser mío, y me preguntaba: ‘¿Yo, de dónde saqué esto?’ Y concluía que también era una mierda.”

El toro en la noche

“Hace treinta años iba manejando –yo manejaba muy mal– por Tabasco rumbo a Progreso, a la casa de la abuela de Juan García Ponce con unos amigos y la nana que llevaba a uno de los niños de García Ponce. Todos iban dormidos. Era una noche muy bonita, muy oscura, con luna y luceros pero muy negro lo que estaba negro alrededor.”

“Yo conducía con mucho pendiente de que saliera un animal porque siempre en esas carreteras sale uno. Y de pronto salió el toro. Lo vi y frené muchísimo pero con el ruido de los frenos, el animal, en vez de cruzar rápidamente, se echó. Entonces choqué. Como ya había yo frenado, no fue muy fuerte pero los que iban dormidos se llevaron un susto espantoso cuando abrieron los ojos y vieron los cuernos del toro. Su reacción fue pensar que el diablo se había acostado a media carretera. Yo pensé en Júpiter y también en el diablo por los cuernos y la negrura. De ese choque hice dos cuadros, primero de un coche chocando con un toro, y después El toro para la plaza Garrido Canabal en Tabasco.”

“Las patas del toro me salían todas desacomodadas, la cabeza no me gustaba, lo volví a dibujar y a cambiar y no salía. Luego hice una esculturita y me revivió un poco la emoción de la sorpresa del toro en la noche negra y me salió muy llena de vida. A mí lo que me gustó mucho es que al toro no le importó ni el peligro, ni la luz, ni nada, sino que se echó como los toros en la plaza a los que ya les dieron la puntilla y se entregan y se mueren de una manera maravillosa.”

Amigo enigma, de Orlando González Esteva y Juan Soriano, es el juego de dos niños jugando, niños libres, sin calzones y sin prejuicios, niños malos y buenos a la vez como lo somos todos, niños marcados por el genio, niños que cuentan su vida uno con letras, el otro con lápices y pinceles, niños castigados y angustiados, niños pobres y heridos, niños que embisten al mundo con su pene erguido, niños que tienen miedo y sin embargo se echan al mar, niños erectos de toda rectitud, niños papalote y niños asidos a sus miembros, niños peces y niños ranas, niños enigma, niños más allá de la muerte “para no oír su soledad, para no oír su soledad, para no oír”.

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