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Investigación de las muchachas * Albert Drach

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Investigación de las muchachas

* Albert Drach
Dicen que había viento, y esta afirmación parece creíble si consta en actas que las faldas, o sea las exteriores partes inferiores de las prendas de las hembras, empezaron a agitarse permitiendo la apreciación de los muslos, aún menos cubiertos. Así que los hombres se vieron incitados a detener sus autos y acceder a la oferta de ambas así llamadas muchachas que esperaban en la orilla de la autopista —aún no terminada— y les abrieron las puertas para que subieran.

Seguramente llovía también, partiendo del supuesto de que también las blusas de las hembras en cuestión se pegaban a sus cuerpos, lo que —por lo demás— se puede atribuir también a la circunstancia de que abajo vestían sólo exiguas prendas, es decir, que ni vale la pena mencionar. Cuánto tiempo tuvieron que esperar —no obstante que viento y lluvia realzaban su atractivo— la acogida en uno de los automóviles ocupado sólo por una persona masculina, sobre este punto disponemos sólo del testimonio de las muchachas.

De acuerdo a estas declaraciones no confirmadas, tardaron más que una hora, hasta que el ímpetu del viento moviendo las faldas precisó tal esfuerzo en su combate que se rindieron. También puede ser que la abstención se dio por la perspectiva de un alojamiento más ventajoso, y como —presuntamente— la lluvia duró tanto y empapó sus blusas, por lo que las esencias femeninas —que deberían estar cubiertas— aparecían en todo su esplendor.

Influenciaban ciertamente ambas circunstancias, a pesar de que una de las dos muchachas —por lo menos— tenía incluso un paraguas, por cierto no abierto, y éste mostró, aparte, desgarramientos en la tela y algunas roturas en el metal.

De acuerdo a los relatos de las susodichas, una de las cuales se llamaba Stella, y la otra Esmeralda, sólo el centésimo octavo conductor se detuvo, debido probablemente a la circunstancia de que los choferes anteriores querían un suministro rápido de mujeres, o bien presintieron cosas desagradables, incluso chantajes por la introducción de dos mujeres. Cabe también la posibilidad que el número indicado no sea cierto.

Sea como sea, éste se detuvo, permitiendo la entrada a la carrocería de cuatro puertas de las arriba mencionadas muchachas, de tal forma que Stella ocupó el asiento junto a él, y Esmeralda el de atrás. El conductor y propietario del vehículo interrogó primero a Stella por el destino de su viaje que, por lo demás, era idéntico al de Esmeralda, a quien se dirigió posteriormente.

No aclaró si las llevaría hasta este punto o si las dejaría en el camino para que continuaran el viaje por sus propios medios o, en su caso, con un tercero, y más preciso aún, con una cuarta persona. No reveló —tampoco— el punto a donde tenía la intención de llegar.

Con Stella a su lado y después de arrancar, se limitó a manejar con una mano el volante, mientras que la otra, liberada, penetró entre los muslos de la que estaba sentada a su lado —ya sea para averiguar si su constitución correspondía a lo que se imaginaba por el resto de su semblante, ya sea que desde ahora quería ejecutar una acción introductoria para el manejo posterior.

Stella —supuestamente— no estaba de acuerdo con el ejercicio de esta práctica, usual con muchachas que piden un aventón, desacuerdo que —supuestamente— dio a entender al cerrar las piernas. En consecuencia, los dedos introducidos no hallaron su meta y fueron detenidos a medio camino.

Dado que la segunda mujer —al parecer— se enteró de esta maniobra y se rió, el dueño del auto supuso, obviamente, que ésta lo hubiera recibido mejor, y ordenó a la primera cambiar el lugar con la otra o bajar del carro. De inmediato se dirigió a este efecto a un estacionamiento y se detuvo allí; a partir de este momento, las dos muchachas sabían —si no es que desde un principio— lo que era inminente y lo que le pasaría a una de ellas, por lo menos, si permanecerían en el vehículo.

Sin embargo, ninguna dio por terminado el viaje, y Esmeralda se expuso ahora a la situación que antes había sufrido Stella, mientras que ésta se conformó con el asiento que ocupó aquélla con anterioridad.

Ahora no fue necesario accionar el botón de arranque porque el auto ya estaba encendido, y el vigoroso chofer soltó más rápido la mano derecha y con un empujón directo por la escasa ropa interior de quien estaba sentada ahora a su lado, penetró inmediatamente hacia la localidad pretendida, lo que sorprendió por completo a Esmeralda, como declara, o, como no declara, se había preparado en su momento para esta oportunidad.






De acuerdo a la declaración de Stella, ésta no se rió, previendo que otro cambio de asiento con Esmeralda podría impedir el arribo del dueño del vehículo a la meta propuesta, o por lo menos dificultarlo.

Moviéndose ahora la mano penetradora —o por lo menos algunos dedos— en el inmoral lugar en dirección vertical, la muchacha no disimuló una tardía resistencia, porque —como dijo— no tenía caso, o, como señaló en otra ocasión, una resistencia hacía peligrar no sólo el vehículo, sino también a Stella.

La segunda mujer dijo haber pensado un instante en ayudar a Esmeralda en su repulsa, pero calculó también dificultades y consecuencias en un frenón, ya que sabía manejar, pero no estaba sentada frente al volante.

Seguían los ejercicios de los dedos del conductor que en un lapso muy breve derivaron en la total docilidad de aquélla en cuya entrada se realizaron, si es que esta docilidad no existía ya desde un principio.

Interrogada por la razón de haberse subido junto al chofer —ya que podía prever la misma conducta que había notado cuando se rió de su compañera—, Esmeralda asentó no haber pensado que fuera tan grave, y lo de su compañera, que no experimentó un estado de admiración, sino de asombro, que dio rienda libre a su hilaridad.

En el relajamiento de sus músculos de la risa fue determinante el gesto inhibitorio de aquélla que cambió de asiento, imaginándose que ella, en lugar de la otra, podría impedir o prevenir un gesto similar. Cercada, admitió finalmente que lluvia, viento y el largo tiempo de espera, o sea una simple inclinación hacia un comportamiento comodino y perezoso, determinaron su disposición de subir nuevamente al vehículo y cambiar de lugar.

Con esta argumentación no se ganó nada a favor de las muchachas y es imposible suponer que apenas, o de otro modo, se habrán imaginado lo sucesivo. En efecto, al parecer el chofer estaba resuelto a tomar la siguiente desviación y consumar lo que había imaginado desde un principio, o ahora durante sus intentos de fácil exploración, iniciados en condiciones favorables, y realizar la cohabitación.

Esta opción se vislumbró pronto, por lo que moderó bastante las intervenciones en la esfera íntima de la muchacha junto a él, a lo que ésta no opuso nada, consintiendo sus deseos, que —obviamente— privilegiarán la unión natural para el afecto final.

Al llegar a la bifurcación de la carretera en cuestión, bifurcación oportunamente anunciada, de acuerdo a las leyes, por las señales correspondientes, el conductor avanzó sólo una parte de la salida sobre el tramo de la carretera dispuesto para ello, y después dejó rodar el vehículo —no obstante la tierra húmeda— hacia la pradera colindante detrás de los matorrales y antes del bosque.


Mejor dicho, llevó su vehículo hacia este rumbo del que se dificultaba una salida bien librada con este mismo auto, y más aún, era totalmente cuestionable. Probablemente se desconcentró tanto de sus obligaciones técnicas de conducir por las expectativas puestas hasta ahora en Esmeralda, o también que fue reclamado tanto por su propia excitación, que no cayó a tiempo en la cuenta de su error de conducción, o más bien dejó su corrección para después.

Una vez detenido el vehículo, estacionándolo de tal manera que los autos que pasaron en la carretera casi no podían verlo, el conductor abrió la puerta trasera del carro e hizo bajar a Stella. Después recomendó a Esmeralda mudarse de nuevo al lugar que había ocupado antes, y al no atender rápido tal consejo, la levantó y la echó sobre el asiento trasero, donde, pronto, la colocó en posición horizontal.

Ya que ella supuestamente, en contra de las expectativas, no consintió en favorecer sus intenciones, él rompió por completo su calzón, que o bien previamente había rasgado durante el viaje, o bien ya estaba roto en el lugar preciso. En esta ocasión vio que la muchacha tenía buena voluntad, tal vez porque había reconsiderado el asunto o porque tenía miedo de exponer su falda al mismo deterioro. La falda que antes se encontraba encima del calzón, ahora estaba recogida.

Traducción: Christine Hüttinger y María Luisa Domínguez.•

*Albert Drach nació en 1902, cerca de Viena. Estudió derecho y llevó con desgano el despacho de su padre después de la muerte de éste. Al ser judío, tuvo que huir de Austria en 1938. Su odisea por el sur de Francia la relató en la novela autobiográfica Viaje no-sentimental. Al regresar a Austria ejerció su profesión y siguió escribiendo novelas. Es famoso su estilo protocolario, una forma peculiar de escribir con el lenguaje usado en los juzgados, que causa distancia y frialdad, aunque no le falta humor. Drach siempre acusa al poder desde el desenmascaramiento de su estupidez y su maldad. La novela Investigación de las muchachas es un ejemplo célebre de este procedimiento.

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