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KAFKA DESCUBRE AMERICA. DR. Blanca Solares

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¡KAFKA DESCUBRE AMERICA!
Author: Blanca Solares


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En La condición humana, Hanna Arendt reactualiza el recuerdo del descubrimiento de América como uno de los tres grandes acontecimientos que se sitúan en el umbral de la Época Moderna y determinan su carácter, Junto con la Reforma y el desarrollo de una nueva ciencia que considera la naturaleza de la tierra desde el punto de vista del universo, el descubrimiento de América es un hecho fundamental que en definitiva altera todo el orden cultural, político y espiritual tradicional; marca también su influencia en el pensamiento judaíco, la idea mesiánica de América como el lugar de la tierra prometida. Un pensamiento que en la literatura contemporánea lo expresa la imaginación de Franz Kafka y nos permite introducirnos en América como nombre abierto a la significación.

América, en el conjunto del trabajo literario de Kafka, es una novela peculiar. Porque a diferencia del pesimismo trágico del resto de sus trabajos, La metamorfósis, El castillo, Elproceso, en América nos encontramos con una narración fluída, divertida y sobre todo acentuadamente irónica que guarda una actitud crítica, dolorosa y alegre frente a la modernidad condenatoria. América, dice Max Brod -amigo y biógrafo de Kafka- está escrita con mayor dulzura, "en colores más claros... con más alegría esperanzada..."

La redacción de esta novela se inicia en 1912 pero no será concluida en vida del autor; se publica como la conocemos hasa 1928. A Kafka no le fue fácil decidirse a terminar ninguna de sus tres novelas largas. En el desarrollo de su trabajo escribe a Brod: "Ahora veo que mi intención fue escribir una novela a lo Dickens, bien que enriquecida por luces más fuertes que sustraje a mi época y por temas que habría recogido de mi mismo... Reconozco en Dickens su poderosos caudal irreflexivo pero escenas también de una "espantosa endeblez".

América comienza con una muestra burlesca y punzante del humor que presidirá la escritura kafkiana. Cuando Karl Rossmann -muchacho de dieciséis años de edad a quien sus pobres padres enviaban a América porque lo había seducido una sirvienta que luego tuvo de 61 un hijo- entraba en el puerto de Nueva York, a bordo de ese vapor que ya había aminorado su marcha, vio de pronto la estatua de la diosa de la Libertad, que desde hace rato venía observando, como si ahora estuviese iluminada por un rayo de sol más intenso. Su brazo con la espada se irguió como con un renovado movimiento, y en torno a su figura soplaron los aires libres".

Una espada en lugar de una antorcha, un viaje sorpresivo, los inesperados comportamientos que descubre en sí mismo quien está lejos de casa, mostrarse más seguro de sí, optimista y dispuesto a defender los casos justos, descubrir que se es poseedor de una libertad más allá de los roles familiares impuestos; no ir a la Universidad ni convertirse en ingeniero, poder ser el simple fogonero de un barco, Karl en América: Nueva York miraba a Karl con la 100 000 ventanas de sus rascacielos y Karl se sentía vigoroso y en sus cabales como quizá nunca lo había estado..."

La escritura de Kafka alude a un fenómeno particular, la nueva situación de Karl como inmigrante que es y no es la misma de muchos judíos europeos; cuando, por lo demás, la condición del inmigrante es prácticamente una constante en la historia del pueblo hebreo. Ya a fines del siglo pasado, los brotes de antisemitismo europeo generaron una fuerte migración hacia los E.U. Entre 1901 y 1914 se dice que cerca de 1,600,000 judíos abandonaron Europa, y que de ellos alrededor del 90% entró en los E.U. y Canadá. Si se compara con el promedio anual de inmigración a todos los países para ese mismo año, que fue de sólo 115,000 personas, el dato resulta sorprendente. Así también, entre 1881 y 1942 la mayoría de los migrantes judíos europeos (3.126279) lo hicieron al continente americano y sólo una mínima parte a Palestina (368,965). La circunstancia del inmigrante en América, las proyecciones de sus más anheladas fantasías pero también la humillación de su ser son penetrados con el filo agudo y la firmeza de la imaginación de Kafka, quien sin haber estado nunca en América ni compartido la situación del inmigrante, puede sentirse como él -tal como un extranjero en su propia casa- y describir las calles de Nueva York como si las atravesara todas las mañanas.

Kafka no tiene que hablar en América del antisemitismo europeo derivado del carácter ambiguo de la Ilustración en el proceso de desarrollo industrial, una tendencia que como predominio del pensamiento "racional" actuaba en favor de la desintegración de las diferencias culturales y en particular de la cultura judaíca. Basta con narrar la historia de Karl Rossmann, que refleja en sus aspectos mas esenciales el proceso de adaptación integración -descomposición que sufrirán todos los estratos sociales marginales en las nuevas condiciones de desarrollo industrial y la amenaza de muerte que condena a toda cultura específica.

La racionalidad de la Ilustración no sólo somete a una crítica radical al pensamiento dogmático religioso, como a todo comportamiento tradicional, sino que asimismo inicia un deísmo despiadado de la razón que apunta hacia la catástrofe.

El proyecto secularizante y racionalizador de la Ilustración y de la Revolución Francesa, exportado al nuevo continente, modela la independencia de los países americanos -como señala el filósofo checo Jan Patocka, "un encuentro de Europa consigo misma en tierra extranjera"- redefine las características de las sociedades y afecta la historia judía de una manera que refleja todos los problemas derivados de la estructura industrial sociopolítica moderna en general. Podemos referir brevemente este proceso.

La Ilustración atraviesa en relación a la desintegración-integración de los judíos dos fases. Una primera etapa liberal (de 1870 a 1815) coincide con el triunfo del proyecto de la Ilustración, un programa que concibe a la sociedad civil como ámbito de relaciones sociales de producción y de mercado libre, a la que corresponde un orden estatal y jurídico racional, laico, demócrata. Un proyecto global semejante al que se aplicaba con los indígenas, aunque bajo signo cristiano, en la conquista de América. La Ilustración, que inició la lucha por los derechos cívicos de los judíos a partir de los derechos naturales del hombre, implicaba así sólo eso: la defensa de la ciudadanía de los hombres en general y no de losjudíos en particular; una afirmación humano -estatal del judío a la vez que su negación (superación) particular- histórica. No obstante, si se creyó que esta incorporación cívica llevaría a la superación de sus modos tradicionales de vida, en realidad sus costumbres continuaron persistiendo en un ámbito de interioridad paralelo al fortalecimiento de un proceso gradual de incorporación, integración y asimilación individual en las sociedades dominantes. Condiciones suficientes para una esquizofrenia vital reflejada en el destino de la nación judía y de la cual tampoco es ajena la obra de Kafka. A fin de cuentas también nuestra condición moderna.

La segunda etapa del proyecto de la Ilustración respecto a los judíos, una etapa de reacción (de 1840 a 1870), alude a uno de los aspectos más complejos y crudos de la historia, específicamente del último siglo. A la concepción racional, general y abstracta de la Ilustración se contrapuso una concepción reaccionaria particular que reivindicó la tradición cultural, la nacionalidad y la naturaleza. Una concepción ético-cultural de la nacionalidad que recuperaba al individuo como foco prioritario de atención, a la vez que consideraba a los judíos como un pueblo extranjero de origen asiático.

El carácter ambiguo de la Ilustración, en la historia de la teoría crítica, ha sido desarrollado hasta sus últimas consecuencias por Adorno y Horkheimer en Dialéctica del Iluminismo, aquí se revela, por un lado, como promotor de la emancipación judía -en tanto integración ciudadana al Estado de derecho- y, por otro, como negación de la cultura judaíca, con su dimensión racionalista y secular que afianza la "religión de la razón". El iluminismo niega lo absoluto para erigirse en universal.

Por lo que se refiere a los filósofos defensores de la razón, también ellos alzaron una condena global a la religión como superstición. Voltaire, Kant, Fichte, Hegel y Marx, junto al propósito esencial de atacar a la religión imperante y los cimientos del edificio eclesiástico, vincularon su cometido al desprestigio del pueblo judío. Voltaire, por ejemplo, negó el valor de su cultura, condenó su carácter y ridiculizó su dignidad. Kant, en el marco de su distinción entre legafidad y moralidad, vio al judaísmo como la suma total de mandamientos basados en una autoridad externa, divina, diametralmente opuesta a un sistema ético autónomo. Dado este carácter, opinaba que el judaísmo estaría siempre asociado a una organización política y eclesiástica que le impediría transformarse en la iglesia invisible que el propagaba. El cristianismo se benefició de esta interpretación ética; el judaísmo, en cambio, fue juzgado de acuerdo a los prejuicios asociados a sus manifestaciones, tradiciones y costumbres.

La expectativa de disolución del judaísmo como cuerpo religioso y de tradiciones, de parte del pensamiento ilustrado, planteaba que eljudío podía ser "regenerado" o liberado de los obstáculos que se derivan de su existencia histórica particularista. La desaparición del judaísmo, en último término, la disolución de su identidad y solidaridad, se basaba en la idea abstracta del progreso de la civilización en los márgenes de la conformación del Estado de la razón. A fines del siglo XIX, el derrocamiento del antiguo orden monárquico y la construcción de Estados nacionales generó para el judío una nueva realidad.

El fin de la dominación napoíeónica produjó en Europa una nueva configuración socio-política, que afectó directamente los derechos de los judíos, adquiridos en la mayoría de los territoríos europeos durante el dominio de Napoleón. Se generaron debates y disturbios anti-judfos orientados a cancelar su ciudadanfa y en Alemania un movimiento nacionalista fundado en las raíces del Volkgeist, vio al judaísmo no sólo como algo ajeno sino contrarío a él.

Esta concepción, incluso hasta nuestros días, se desarrolla junto a la idea de que sólo los alemanes son capaces de recoger la verdadera semilla original del cristianismo. Una política respecto de la cual la Democracia Cristiana alemana de hoy, ya no en relacióna los judíos sino a los extranjeros, no se diferencia esencialmente. La gestación moderna de este proceso nacionalista, con una carga de exclusión de todo lo extranjero, tiene su punto de partida en el proyecto de la razón ilustrada que, junto a la consolidación del proyecto estatal, convertía la autonomía cultural y espiritual particulares también en una autoaserción agresiva y furiosa de nacionalismo.

Para muchos judíos, la necesidad de demostrar sus capacidades y disipar los argumentos que cuestionaban su naturaleza humana y lealtad ciudadana, actuó como un estímulo potente para lograr su integración. El resultado paradógico del éxito de su integración social no fue sin embargo su aceptación en las nuevas sociedades, sino un desprecio todavía más agudo que tomaba como pretexto el prevalecímiento de sus comportamientos culturales. Los alcances económicos e intelectuales de los judíos fue en aumento, pero las intenciones judías de incorporación social y la persistencia de su cohesión social y mantenimiento de sus patrones culturales, se vieron confrontadas ya no con la tesis de su adhesión ciudadana sino con la de los límites de su asimilación, planteada por un movimiento político anti-semita conflictivo y excluyente.

Como movimiento socio político del más amplio espectro de posiciones, el antisemitismo demostró su efectividad en el principio de segregación. Presentó a los judíos como una amenaza material y espiritual de dominación de un grupo extranjero y le obstaculizó en sus opciones en la docencia y en la administración pública. El racismo como movimiento sociopolítico en Alemania, Hungría, Austria, y Francia cobró forma en el último tercio del siglo XIX. Se nutrió tanto de los argumentos del cristianismo y la reacción ilustrada como del pensamiento socialista y radical. El antisemitismo convierte al judaísmo en una amenaza y lo hace el chivo expiatorio de todos los males que aquejan a la sociedad. Presenta la desaparición de los judíos como solución global a todos los problemas sociales (desempleo, vivienda, salud, etc.), al igual que hoy el neofascismo denuncia la presencia de asiáticos, latinos y africanos en territorios occidentales. Como protesta social de los sectores desplazados de la estructura básica de la sociedad, el antisemitismo se convirtió entonces en una amenaza que en el presente siglo condujo al triunfo del nazismo, al afinanzamiento del stalinismo y al resurgimiento del neofascismo.

Kafka capta en toda su desnudez la condición del emigrante y del proceso de anulación-asimilación de la individualidad al que se ve sometido no sólo el judío sino la condición humana en general, a través del proceso de destrucción de la cultura en las sociedades modernas. Los primeros días de un europeo en América podían compararse así con un nacimiento. Muchos de los recién llegados permanecían días enteros en sus balcones, mirando a la calle como si fueran corderos extravíados. Para Karl, por ejemplo, lo que sucedía en el comercio del tío era en verdad desconcertante:

... había un tránsito constante de gente que, como si fueran perseguidos, corrían de un lado a otro. Ninguno saludaba, el saludo había sido eliminado, cada uno de los que pasaban acomodaba sus pasos a los del que precedía y miraba al suelo, sobre el cual deseaba avanzar lo más rápidamente posible.

Al pasar de los días sus costumbres se modificaban. Ahora llevaban siempre monedas sueltas y sonantes en el bolsillo del pantalón, según la costumbre americana. Karl se empeñaba con una gravedad fija en adaptarse a la situación. Tener un empleo y someterse. Tener un empleo y empeñarse en la prosperidad del mismo: " ... él no pensaría sino en el interés del negocio a cuyo servicio estuviera, y se sometería a todos los trabajos sin excepción, aun a aquellos que otros empleados de la oficina rechazarían considerándolos indignos de ellos. Hacinábanse en su cabeza los buenos propósitos como si su futuro jefe estuviera allí presente y los leyera, uno a uno en su rostro".

¿Y la identidad de Karl? Lo único que quería ahora era sentirse tranquilo en el cumplimiento de su deber. Pero no se daba cuenta de que incluso esta voluntad autónoma de identificación con el patrón era un obstáculo en su asimilación a la marcha del sistema; un empeño superficial y peligroso. El quebrantamiento de sus comportamientos corre paralelo al de su propia voluntad que deja de tener influencia en su destino. Su conducta aparece guiada y ordenada como por un mecanismo abstracto que escapa a él y que parece regir al conjunto de los seres. Tener que sobrevivir, obedecer, callar, entrar en contacto, sin haberlo deseado y sin poder evadirse, con charlatanes que pretenden hacer pasar su avorazamiento como amistad. Y arrastrarse hasta una condición de servidumbre no sólo de la que no puede escapar sino a la que todos quieren verlo reducido, ni siquiera porque lo deseen sino simplemente como algo natural", que se sobreentiende.

El intento de adaptación de Karl a su nueva vida, su propia negación es, sin embargo, también afirmativa; sin haberlo meditado sigue haciéndose presente en sus actos la persistencia de una ética ancestral que lo acompaña y con la que se mueve como si fuera su sombra. El culto de un dios único, la concepción teológica del pecado, el pacto de dios con el pueblo elegido, que los obliga a seguir sus mandamientos, y la misión divina de los hebreos como representantes del culto de Jehová, esta misión terrible Y trascendental, inconscientemente jota de un significado religioso a toda la historia y vida personal, aquí no sólo de los judíos sino de Karl mismo. A lo largo de toda la novela estas ideas arcaicas enfrentadas a un sistema social abstracto de racionalidad, de vienen en una tensión ezquizoide, vaga y apenas percibida por el personaje.

Karl está atrapado en un círculo. Pretende cumplir su misión, restaurar una comunidad con sus padres, su tío, sus compañeros, su trabajo, pero esta confianza, como "deber ser" de sus anhelos más profundos, se transforma sistemáticamente y a cada momento en una trasgresión, que origina siempre un nuevo desencuentro y una nueva culpa. Su misión aparece como un destino imposible, reafirmar la confianza bajo condiciones en las que todo sentir se ha vuelto superfluo y sospechoso, y en donde todo valor consiste en adentrarse en el trabajo, formar parte de un todo dedicado de lleno a sus tareas y vinculado sólo a su cumplimiento ciego, en donde ya nadie se escandaliza frente a la agresión y donde la arbitrariedad es una norma. Persistir solo, sentir cuando todo sentimiento ha sido abolido, intentar reflexionar cuando todo pensar se ha vuelto inecesario.

Muchas de las circunstancias con las que Kafka va componiendo su narracción pueden relacionarse con una experiencia personal, que tiene el rasgo peculiar y significativo de aludir a la condición universal moderna. El vínculo tenso con su padre, a quien admira y rechaza, una madre amorosa concentrada en ayudar al padre, un tío aventurero en el extranjero que nunca quiso invitarlo a salir de su país, o la angustia que le creaba su propia profesión. Un día escribió a su amigo Brod: "Tal vez sólo soñemos que se sorporta un sufrimiento tan inimaginable pues en realidad sobrepasa los límites de la resistencia capacidad de humillación humanos

El genio de Kafka, sin embargo, trasmuta ese sufrimiento en escritura mágica y nos entrega así visiones de una América mesiánica. Aunque muestra en América a un Karl convencido de la coincidencia de sus interéses con los de la empresa, conforme de ser sirviente, prácticamente sometido y arrastrado por la misma dinámica que no comprende, descubre también su estado esperanzado y dispuesto a comenzar siempre con entusiasmo. ¿Pero en dónde se encierra la clave de esa actitud? Aunque todo apunta a su anulación Karl vive su negación sin advertirlo, se afana por mejorar las cosas e intenta dotar a todo de un mejor aspecto pese a su estado irremediable. Sin embargo, nunca logra acostumbrarse a la mugre de los lugares a los que llega, que antes bien le asusta. Le inquieta que la suciedad no sea precisamente palpable y que tampoco pueda definirse. Nos encontramos así con un secreto factor de resistencia inconsciente, frente a un proceso de negación individual, del que no sabemos más.

Hay un elemento en la obra de Kafka que no puede dejarse dé mencionar y que oscuramente alude a un enigma. La pesadumbre y el escepticismo con los que el autor refleja la atmósfera realista y despiadada de nuestra condición individual e histórica, se acompaña del esbozo de un horizonte de emancipación particularmente complejo, al parecer relacionado en la tradición judaíca con una concepción religiosa y política de la idea de comunidad.

La unidad de la humanidad, puesta intermitetemente en duda por cada uno de los hombres, dice Kafka, aún por el más cordial y adaptable, se muestra o parece mostrarse, por otra parte, a cada uno de los hombres en la comunidad completa; siempre susceptible de ser redescubierta, del desarrollo colectivo e individual".

Esta idea contrasta frente a aspectos problemáticos de la contemporaneidad tales como la contemporaneidad, multiplicidad cultural, el fortalecimiento de los nacionalismos, la actitud del cristianismo y la racionalidad frente a la exclusión de todo lo extranjero y, no en último término, la amenaza de muerte lenta y persistente de la cultura.

El último capítulo de la novela de Kafka aparece en este horizonte problemático y tiene que ver con el final proyectado para América, que según Brod "debía ser optimista y desembocar -caso único en las obras de Kafkaen amplias posibilidades de vida". Si bien esto es así, hay que agregar que ese optimismo alude a una condición moderna de esperanza, que no deja de provocar un cierto sentimiento de dolor cercano a la añoranza de un bien perdido. La literatura de Kafka será en cierto sentido como la de Proust, resguardo y recreación del recuerdo de un pasado inalcanzable.

La novela concluye con un último capítulo titulado: "El gran teatro integral de Oklahoma"; la meta y el ideal más altos de una vida en comunidad y trabajo inteligente, como la que buscaba penetrar inútilmente K, el héroe de El castillo y que un día Karl parece encontrar en América.

Karl leyó un cartel que decía: "Os llama el gran teatro de Oklahoma. Y llama sólo una vez. el que ahora pierde la oportunidad, la perderá para siempre. El que piensa en su futuro es de los nuestros. Todos serán bienvenidos. El que quiera ser artista preséntese. Este es el teatro que está en condiciones de emplear a cualquiera. Cada cual tendrá su puesto". Para sorpresa de Karl, sin embargo, el interés que este cartel provocaba no parecía grande. Se le ocurrió que se debía al gran número de carteles -su mensaje se perdía en medio de la proliferación de los anuncios comerciales-, pero luego pensó que sobre todo la causa de tal indiferencia era el grave defecto de no haber mencionado la paga, porque en realidad "Nadie queria ser artista y en cambio, todo el mundo deseaba que le pagasen por su trabajo".

Al tiempo que Kafka había iniciado la redacción de esta novela tomó contacto y vivo interés en la compañía de Lemberg, una compañía teatral de judios orientales a quienes los sionistas despreciaban unánimemente como "cómicos de la lengua". Kafka no reconocía la necesidad del sionismo, decía no poseer ninguno de esos sentimientos y que, más aún, sus fuerzas sólo le alcanzaban para él mismo. Asistir al teatro y admirar el espectáculo ambulante era una señal de protesta contra el academicismo de la doctrina sionista y fue la respuesta de Kafka a un compromiso político del que se mantenía dudoso. A lo que aspiraba solo tuvo realización como escritura.

América es una novela y una composición cifrada en la evolución política del programa de la Ilustración, de la industria moderna y el surgimiento del sionismo. América no es una invención sino una realidad. Porque para Kafka el arte significaba realmente la esencia o el sentido verdadero de la existencia, cargado de verdad y donde lo único cierto es la luz que da sobre "el fugitivo rostro de caricatura y nada más". A diferencia de Flaubert, para quien el arte se basta a si mismo, para Kafka es más una misión, un reflejo del conocimiento religioso y una "educación para la plenitud de la vida según las disposiciones naturales el "Teatro Integral la posibilidad misma de la vida. El teatro de Oklahoma se convierte, a través de un lenguaje cifrado, en la expresión de una esperanza trágica.

Kafka (1883-1924) murió antes del ascenso de Hitler al poder, antes de experimentar cómo el antisemitismo se convertía en una amenaza que condujo a la consolidación del fascismo y el neonazismo contemporáneo. Creía que el nacionalismo excluyente y el antisemitismo agresivo eran sólo momentos transitorios, si bien vivió el presentimiento de la inminencia profética de su desenlace. En América el arte es la única esperanza, una ficción, no obstante, que tiene más posibilidades de ser cierta que lo que la historia registra como los quinientos años del descubrimiento de América, forma de realización y de reencuentro que aparece a través de la aprehensión de lo insondable , secreto y extremadamente oscuro de la experiencia americana o el peligro latente de auto-negación y de muerte.

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