Ibrahim siempre te seguiré


No hay nada mas dificil que no engañarse a uno mismo.

Datos personales

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John Keats

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Poeta inglés, uno los más sugerentes y de mayor talento del siglo XIX y figura carismática del romanticismo. Nació en Londres el 31 de octubre de 1795, hijo del propietario de una caballeriza. Estudió en el centro escolar de Clarke, en Enfield, y a los 15 años fue aprendiz de cirujano. Estudió medicina en hospitales londinenses de 1814 a 1816, año en que se hizo farmacéutico aunque nunca llegaría a ejercer esa profesión al decidir dedicarse a la poesía. 
Ya había escrito una traducción de la Eneida y de algunos poemas de Virgilio cuando en 1816 publicó sus primeros sonetos, 'Oh, soledad si pudiera morar contigo' y 'Al examinar por primera vez la traducción de Homero hecha por Chapman', inspirado en la lectura de la Iliada y la Odisea traducidas por George Chapman en el siglo XVII. Ambos poemas aparecieron en la revista Examiner, editada por el ensayista y poeta Leigh Hunt, uno de los defensores del romanticismo en la literatura inglesa. Hunt presentó a Keats a un círculo de figuras literarias entre las que se encontraba el poeta Percy Bysshe Shelley, cuya influencia le permitió publicar su primer libro, Poemas de John Keats (1817). Los poemas principales del libro son los sonetos sobre el Homero de Chapman, 'A quien ha estado mucho tiempo en la ciudad de Pent', 'Me puse de puntillas en la cima de una colina' y 'Sueño y poesía', que defendían los principios del romanticismo tal y como los promulgó Hunt, atacando los practicados por Lord Byron. En su segundo libro, Endimión, que se publicó en 1818, adaptó el mito griego de Endimión y la diosa luna, para expresar la búsqueda en el mundo real de un amor ideal visto en los sueños. Dos de las revistas de crítica más importantes del momento, Quaterly Review y Blackwood's Magazine, criticaron el libro y llamaron a los poetas románticos del círculo de Hunt, "Escuela de poesía de Cockney". Blackwood's declaró que Endimión era un poema sin sentido y recomendaba a Keats que dejara la poesía. 

En 1820 Keats enfermó de tuberculosis, enfermedad que pudo agravarse debido a la tensión emocional que le produjo su relación con Fanny Brawne, una joven de quien se enamoró apasionadamente y con quien se había comprometido en 1819. El periodo comprendido entre 1818 y 1820 fue de una gran creatividad. En julio de 1820 se publicó el tercero y mejor de sus libros de poesía, Lamia, Isabella, la víspera de santa Inés y otros poemas. Los tres poemas del título, espléndidos en su dicción y sus imágenes, abordan temas míticos y legendarios de la época antigua, medieval y renacentista. En el libro también aparece el poema inacabado 'Hiperión', una de sus mejores obras, que comprende la obra maestra lírica 'Al otoño' y tres odas consideradas entre las mejores de la lengua inglesa: 'Oda a una urna griega', 'Oda a la melancolía' y 'Oda a un ruiseñor', en las que se compara la naturaleza eterna y transcendental de los ideales con la fugacidad del mundo físico. En el otoño de 1820, por orden de su médico, se trasladó a Roma en busca de un clima más cálido durante el invierno. Allí murió el 23 de febrero de 1821 y fue enterrado en el cementerio protestante. Después de su muerte se publicaron algunos de sus mejores poemas, entre ellos 'Víspera de san Marcos' (1848) y 'La Belle Dame sans merci' (1888). Sus cartas, consideradas por muchos críticos entre las mejores cartas literarias escritas en inglés, se publicaron en su edición más completa en 1931. En 1960 apareció una última edición. Aunque su carrera fue corta y su producción exigua, los críticos están de acuerdo en que ocupa un lugar perdurable en la historia de la literatura inglesa y mundial. Caracterizada por su acabada construcción, sus descripciones sensuales y la fuerza de su imaginación, su poesía otorga un valor transcendente a la belleza física del mundo.
Background and awakening to literature (1795-1817)
John Keats was born in Finsbury Pavement near London on October 31st, 1795. The first son of a stable-keeper, he had a sister and three brothers, one of whom died in infancy. When John was eight years old, his father was killed in an accident. In the same year his mother married again, but little later separated from her husband and took her family to live with her mother. John attended a good school where he became well acquainted with ancient and contemporary literature. In 1810 his mother died of consumption, leaving the children to their grandmother. The old lady put them under the care of two guardians, to whom she made over a respectable amount of money for the benifit of the orphans. Under the authority of the guardians, he was taken from school to an be apprentice to a surgeon. In 1814, before completion of his apprenticeship, John left his master after a quarrel, becoming a hospital student in London. Under the guidance of his friend Cowden Clarke he devoted himself increasingly to literature. In 1814 Keats finally sacrificed his medical ambitions to a literary life.
He soon got acquainted with celebrated artists of his time, like Leigh Hunt, Percy B. Shelley and Benjamin Robert Haydon. In May 1816, Hunt helped him publish his first poem in a magazine. A year later Keats published about thirty poems and sonnets printed in the volume "Poems".

Obra 

Sobre la primera vez que vi el Homero de Chapman (1816) 
Sueño y poesía (1816) 
Endymion: un romance poético (1817) 
Hyperion (1818) 
La víspera de Sta. Agnes (1819) 
La estrella brillante (1819) 
La mujer hermosa sin gracia: una balada (1819) 
Oda a Psyche (1819) 
Oda a un ruiseñor (1819) 
Oda sobre una urna griega (1819) 
Oda a la melancolía (1819) 
Oda a la indolencia (1819) 
Lamia y otros poemas (1819) 
Al otoño (1819) 
La caída de Hyperion: un sueño (1819) 


romanticismo 

Aquí algunos de su poemas: 

:A quien en la ciudad estuvo largo tiempo...: 

A quien en la ciudad estuvo largo tiempo 
confinado, le es dulce contemplar la serena 
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria 
hacia la gran sonrisa del azul. 
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre, 
se hunde, fatigado, en la blanda yacija 
de la hierba ondulante y lee una acabada, 
una gentil historia de amor y languidez? 
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído 
la voz de Filomela, y acechando sus ojos 
la fúlgida carrera de una pequeña nube, 
lamenta el deslizarse del presuroso día, 
desvanecido como la lágrima de un ángel 
que cae por el éter claro, calladamente. 



:A Reynolds: 

¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas, 
mostrádmelo, que Pueda conocerlo. 
Es aquel hombre que ante cualquier hombre 
como un igual se siente, aunque fuere el monarca 
o el más pobre de toda la tropa de mendigos; 
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre 
entre el simio y Platón; 
es quien, a una con el pájaro, 
reyezuelo o bien águila, el camino descubre 
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado 
el rugir del león, y nos diría 
lo que expresa aquella áspera garganta; 
y el bramido del tigre 
le llega articulado y se le adentra, 
como lengua materna, en el oído. 



:A Reynolds 2: 

«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio. 
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana, 
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir...» (Carta a Reynolds, febrero 1818) 

¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado 
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma 
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas! 
Para ti, primavera será tiempo de mieses. 
Tú, que por libro único has tenido la luz 
de supremas tinieblas con que te alimentaste, 
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo: 
te será primavera una triple mañana. 
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno 
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan. 
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno 
tengo yo, mas la tarde me escucha. Quien se apene 
pensando en la indolencia, nunca será un ocioso, 
y muy despierto está quien se crea dormido. 



:A una urna griega: 

Tú, todavía virgen esposa de la calma, 
criatura nutrida de silencio y de tiempo, 
narradora del bosque que nos cuentas 
una florida historia más suave que estos versos. 
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda 
de dioses o mortales, o de ambos quizá, 
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia? 
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes? 
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir? 
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí? 

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas; 
sonad por eso, tiernas zampoñas, 
no para los sentidos, sino más exquisitas, 
tocad para el espíritu canciones silenciosas. 
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto 
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse. 
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla 
aunque casi la alcances, mas no te desesperes: 
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia, 
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella! 

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes 
que no despedirán jamás la primavera! 
Y tú, dichoso músico, que infatigable 
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos. 
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso! 
Por siempre ardiente y jamás saciado, 
anhelante por siempre y para siempre joven; 
cuán superior a la pasión del hombre 
que en pena deja el corazón hastiado, 
la garganta y la frente abrasadas de ardores. 

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden? 
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante, 
llevas esa ternera que hacia los cielos muge, 
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas? 
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar, 
alzada en la montaña su clama ciudadela 
vacía está de gentes esta sacra mañana? 
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas 
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa 
por qué estás desolado podrá nunca volver. 

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe 
de hombres y de doncellas cincelada, 
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas! 
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede 
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral! 
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo 
tú permanecerás, entre penas distintas 
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo: 
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más 
se sabe en esta tierra y no más hace falta. 



:Al ver los mármoles de Elgin: 

Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa, 
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte 
y cada circunstancia u objeto es una suerte 
de decreto divino que anuncia que soy presa 

de mi fin, como un águila herida mira al cielo. 
Pero es un delicado murmullo este lamento 
por no tener conmigo una nube, acaso un viento 
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo. 

Estas borrosas glorias que imagina la mente 
prestan al corazón un territorio escondido 
y un extraño dolor cuyo prodigio silente 

mezcla la helénica grandeza con el sonido 
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente, 
con el solo la sombra de un ser desconocido. 






:Bien venida alegría, bienvenido pesar: 

Bien venida alegría, bien venido pesar, 
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma: 
vengan hoy y mañana, 
que los quiero lo mismo. 
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro 
y alguna alegre risa oír entre los truenos; 
bello y feo me gustan: 
dulces prados, con llamas ocultas en su verde, 
y un reírse zumbón ante una maravilla; 
ante una pantomima, un rostro grave; 
doblar a muerto y alegre repique; 
el juego de algún niño con una calavera; 
mañana pura y barco naufragado; 
las sombras de la noche besando a madreselvas; 
sierpes silbando entre encarnadas rosas; 
Cleopatra con regios atavíos 
y el áspid en el seno; 
la música de danza y la música triste, 
juntas las dos, prudente y loca; 
musas resplandecientes, musas pálidas; 
el sombrío Saturno y el saludable Momo: 
risa y suspiro y nueva risa... 
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento! 
Musas resplandecientes, musas pálidas, 
de vuestro rostro alzad el velo, 
que pueda veros y que escriba 
sobre el día y la noche 
a un tiempo; que se apague 
mi sed de dulces penas; 
ramas de tejo sean mi refugio, 
entrelazadas con el mirto nuevo, 
y pinos y limeros florecidos, 
y mi lecho la hierba de una fosa. 



:Canción de Folly: 

¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos. 
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso, 
y no sean sus dientes la perla más preciosa; 
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean 
más largas que la antena menuda de una mosca 
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo, 
pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca, 
porque anduviera pronto la pequeñuela, puede 
haber curvado un par de piernas de Diana 
y torcido el marfil de una nuca de Juno. 



:Canción de la margarita: 

Con su gran ojo, el sol 
no ve lo que yo veo. 
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera 
ocultarse igualmente en una nube. 

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!- 
es la de un rey mi vida. 
Echada entre los brotes de la hierba, 
acecho a las muchachas bonitas en su paso. 

Miro por los lugares donde no osara nadie 
y se fijan mis ojos donde nadie los fija, 
y si la noche viene, 
me cantan los corderos una canción de cuna. 

De puntillas anduve por un pequeño monte... 

(fragmento) 

De puntillas anduve por un pequeño monte. 
daba frescor el aire y corría tan leve, 
que los dulces capullos, con orgullo modesto 
y languidez, doblando, en una breve curva, 
sus tallos, con las hojas escasas y abusados, 
no perdieron aún la estrellada diadema 
recogida del día en su primer sollozo. 
Puras eran y blancas las nubes, como ovejas 
trasquiladas, saliendo del arroyo. Dormían, 
dulces, en los bancales del azul; deslizábase 
un estremecimiento silencioso en las hojas, 
nacido del suspiro que exhalaba el silencio, 
pues no se hubiera visto ni un moverse menudo 
entre todas las sombras de la hierba, inclinadas. 
Al ojo más voraz, largo vagabundeo 
ofrecíase en torno, entre las cosas varias: 
reseguir el cristal del lejano horizonte 
y descubrir las líneas de su borde, indecisas; 
imaginarse raros, caprichosos meandros 
del sendero del bosque, interminable y fresco; 
en los fondos umbríos y en salientes hojosos, 
adivinar por dónde frescores busca el río. 
Miré un poco, y tan ágil y libre me sentía 
como si, abanicándome, las alas de Mercurio 
hubiesen en mis pies retozado: era leve 
mi corazón, y muchas delicias de mis ojos 
me estremecían. Púseme a hacer un ramillete 
de esplendores brillantes y suaves: leche y rosa. 
Una mata de flores de mayo, con abejas: 
¡ah! no faltará, cierto, en los recodos dulces; 
que el lozano laburno sobre ellas se vierta, 
y, junto a sus raíces, altas hierbas las guarden 
frescas, húmedas, verdes; y den sombra a violetas 
para que al musgo prendan en la red de sus hojas. 
Un seto de avellanos, que ciñen zarzarrosas 
y espesa madreselva, recogiendo la brisa 
en sus tronos de estío; y también se vería 
el ajedrez frecuente de algún árbol muy tierno, 
que, con hermanos leves y verdes, ha brotado 
en caprichosos musgos, de las viejas raíces(...) 



:Escrito antes de releer «El Rey Lear»: 

¡Romance de dorada lengua y laúd suave! 
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina! 
Tus melodías deja en este día crudo, 
cierra tu libro añoso y quédate callada. 
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna 
entre dolor de Infierno y apasionado limo, 
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo 
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano. 
¡Poeta Rey! Y nubes, vosotras, las de Albión, 
creadores de nuestro profundo, eterno tema: 
cuando cruzado hubiere el robledal antiguo, 
no dejéis que divague por algún sueño inútil, 
y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas 
alas de Fénix para mi vuelo deseado. 



: Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría...: 

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría 
no viendo más verdores que los suyos, 
no sintiendo más brisas que las que soplan entre 
sus frondas confundidas con las leyendas grandes; 
pero nostalgia siento, a veces; languidezco 
por los cielos de Italia; íntimamente gimo 
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado, 
para olvidar un poco lo mundano y el mundo. 
Feliz es Ingtaterra y dulces son sus hijas, 
sin artificio: bástame su encanto tan sencillo, 
sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio; 
pero en deseos ardo, a menudo, de ver 
bellezas de mirada más honda, y de sus cantos, 
y de vagar con ellas por aguas del estío. 



:Historia en versos: 

Lo hermoso es alegría para siempre: 
su encanto se acrecienta y nunca vuelve 
a la nada, nos guarda un silencioso 
refugio inexpugnable y un reposo 
lleno de alientos, sueños, apetitos. 
Por eso cada día nos ceñimos 
guirnaldas que nos unan a la tierra, 
pese a nuestro desánimo y la ausencia 
de almas nobles, al día oscurecido, 
a todos los impávidos caminos 
que recorremos; cierto, pese a esto, 
alguna forma hermosa quita el velo 
de nuestro temple oscuro: talla luna, 
el sol, los árboles que dan penumbra 
al ganado, o tales los narcisos 
con su universo húmedo o los ríos 
que construyen su fresco entablamento 
contra el ardiente estío; o el helecho 
rociado con aroma de las rosas. 
Y tales son también las pavorosas 
formas que atribuimos a los muertos, 
historias que escuchamos o leemos 
como una fuente eterna cuyas aguas 
del borde de los cielos nos llegaran. 

Y no sentimos a estos seres sólo 
por breve lapso; no, sino que como 
los árboles de un templo pronto aúnan 
su ser al templo mismo, así la luna, 
la poesía y sus glorias infinitas 
cual una luz alegre nos hechizan 
el alma y nos seducen con tal fuerza 
que, haya sombra o luz sobre la tierra, 
si no nos acompañan somos muertos. 
Así, con alegría, yo refiero 
la historia de Endimión (...) 



:La caída de Hiperión (Sueño): 

Tienen los locos sueños donde traman 
elíseos de una secta. Y el salvaje 
vislumbra desde el sueño más profundo 
lo celestial. Es lástima que no hayan 
transcrito en una hoja o en vitela 
las sombras de esa lengua melodiosa 
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran. 
Pues sólo la Poesía dice el sueño, 
con hermosas palabras salvar puede 
a la Imaginación del negro encanto 
y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive 
dirá: "no eres poeta si no escribes 
tus sueños"? Pues todo aquel que tenga alma 
tendrá también visiones y hablará 
de ellas si en su lengua es bien criado. 
Si el sueño que propongo lo es de un loco 
o un poeta tan sólo se sabrá 
cuando mi mano repose en la tumba. 

Soñé que en un lugar estaba donde 
palmera, haya, mirto, sicomoro 
y plátano y laurel formaban bóvedas 
cerca de manantiales cuya voz 
refrescaba mi oído y donde el tacto 
de un perfume me hablaba de las rosas. 
Vi un árbol de boscaje recubierto 
por parras, campanillas, grandes flores (...) 



:La paloma: 

Una paloma tuve muy dulce, pero un día 
se murió. Y he pensado que murió de tristeza. 
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo 
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo. 
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos? 
¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime. 
Muy solito vivías en el árbol del bosque: 
¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo? 
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces: 
¿Por qué no vivirías como en el árbol verde? 



:Meg Merrilies: 

La vieja Meg era gitana 
y vivía en el monte: 
era el brezo rojizo su lecho 
y al aire libre tuvo su morada. 
Negras moras de zarza por manzanas tenía, 
por grosellas, simiente de retama; 
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas, 
tumbas del camposanto eran sus libros. 

Las ásperas quebradas por hermanas tenía 
y por hermanos los alerces: 
y sólo en compañía de su familia vasta, 
vivió cómo le plugo. 
Pasó sin desayuno más de alguna mañana 
y sin almuerzo más de un mediodía, 
y en vez de cenar, fijamente 
contemplaba la luna. 

Mas todas las mañanas, con tierna madreselva 
sus guirnaldas tejía, 
y cada noche, el tejo de la hondonada oscura, 
cantando, entrelazaba. 
y con sus dedos viejos y morenos 
tejía esteras de junco, 
que daba a los labriegos 
al pasar por el monte. 

Fué Meg bizarra como la reina Margarita, 
y como de amazona era su talla: 
llevó por capa el trozo de alguna manta roja, 
tocóse con un mísero sombrero. 
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso, 
pues murió ya hace tiempo. 



:Oda a la melancolía: 


No vayas al Leteo ni exprimas el morado 
acónito buscando su vino embriagador; 
no dejes que tu pálida frente sea besada 
por la noche, violácea uva de Proserpina. 
No hagas tu rosario con los frutos del tejo 
ni dejes que polilla o escarabajo sean 
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno 
contemple los misterios de tu honda tristeza. 
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta, 
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu. 



Pero cuando el acceso de atroz melancolía 
se cierna repentino, cual nube desde el cielo 
que cuida de las flores combadas por el sol 
y que la verde colina desdibuja en su lluvia, 
enjuga tu tristeza en una rosa temprana 
o en el salino arco iris de la ola marina 
o en la hermosura esférica de las peonías; 
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado, 
toma firme su mano, deja que en tanto truene 
y contempla, constante, sus ojos sin igual. 



Con la Belleza habita, Belleza que es mortal. 
También con la alegría, cuya mano en sus labios 
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente 
que en tanto la abeja liba se torna veneno. 
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo 
tiene su soberano numen Melancolía, 
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa 
boca muerde la uva fatal de la alegría. 
Esa alma probará su tristísimo poder 
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta. 




:Oda al otoño: 

Estación de las nieblas y fecundas sazones, 
colaboradora íntima de un sol que ya madura, 
conspirando con él cómo llenar de fruto 
y bendecir las viñas que corren por las bardas, 
encorvar con manzanas los árboles del huerto 
y colmar todo fruto de madurez profunda; 
la calabaza hinchas y engordas avellanas 
con un dulce interior; haces brotar tardías 
y numerosas flores hasta que las abejas 
los días calurosos creen interminables 
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas. 

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes? 
Quienquiera que te busque ha de encontrarte 
sentada con descuido en un granero 
aventado el cabello dulcemente, 
o en surco no segado sumida en hondo sueño 
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta 
la próxima gavilla de entrelazadas flores; 
o te mantienes firme como una espigadora 
cargada la cabeza al cruzar un arroyo, 
o al lado de un lagar con paciente mirada 
ves rezumar la última sidra hora tras hora. 

¿En dónde con sus cantos está la primavera? 
No pienses más en ellos sino en tu propia música. 
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo 
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado, 
cual lastimero coro los mosquitos se quejan 
en los sauces del río, alzados, descendiendo 
conforme el leve viento se reaviva o muere; 
y los corderos balan allá por las colinas, 
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo 
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta 
y trinan por los cielos bandos de golondrinas. 


:Sobre el mar: 

No cesan sus eternos murmullos, rodeando 
las desoladas playas, Y el brío de sus olas 
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo 
de liécate les deja su antiguo son oscuro. 
Pero a menudo tiene tan dulce continente, 
que apenas se moviera la concha más menuda 
durante muchos días, de donde cayó Cuando 
los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas. 
Los que tenéis los ojos dolientes o cansados, 
brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta ; 
y los ensordecidos por clamoreo rudo 
o los que estáis ahítos de notas fatigosas, 
sentaos junto a Una antigua caverna, meditando, 
hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas. 



:Sobre la cigarra y el grillo: 

Jamás la poesía de la tierra se extingue: 
cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente 
y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre 
de seto en seto, por prados recién segados. 
En la de la cigarra. El concierto dirige 
de la pompa estival y no se sacia nunca 
de sus delicias, pues si le cansan sus juegos, 
se tumba a reposar bajo algún junco amable. 
En la tierra jamás la poesía cesa: 
cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo 
ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra 
el cántico del grillo, que aumenta sus ardores, 
y parece, al sumido en somnolencia dulce, 
la voz de la cigarra, entre colinas verdes. 


:Sobre una urna griega (otra versión): 

Tú, novia intacta aún de la quietud, 
prohijada del silencio y de las lentas horas, 
selvático rapsoda, que refieres un cuento 
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima: 
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma 
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos, 
en el Tempé o en valles de Arcadia? ¿Quiénes son 
esos hombres o dioses? ¿Qué doncellas resisten 
al loco perseguir? ¿Qué pugna es ésa, huyendo? 
¿Qué flautas y tambores? ¿Qué extasis salvaje? 

Las músicas oídas son dulces, pero más 
dulces son las no oídas. Seguid sonando, pues, 
¡oh, caramillos blandos!, no al sentido: más tiernas 
suenen en el espíritu las canciones sin notas. 
Doncel, bajo los árboles, abandonar no puedes 
tu canto y no podrían desnudarse esas ramas; 
enamorado audaz, no podrás besar nunca, 
aunque tan cerca estás ; mas no te apenes: ella 
no puede marchitarse; tu ventura no alcanzas, 
pero siempre amarás y será siempre hermosa. 

¡Ah! ¡Felices, felices ramas, que vuestras hojas 
no podéis esparcir, ni de abril despediros! 
Y músico feliz, que no te cansas nunca 
de modular canciones siempre nuevas. Empero, 
más feliz, más feliz ese amor venturoso, 
cálido siempre y no gozado todavía, 
y jadeante siempre y para siempre joven: 
todos alientan lejos de la pasión humana, 
que deja el corazón tan saciado y tan triste 
y una frente de fuego y la lengua abrasada. 

¿Quiénes son esas gentes que al sacrificio acuden? 
¿ A qué altar de verdores, ¡oh, extraño sacerdote!, 
esa ternera guías, que hacia los cielos muge, 
con los fiancos sedeños cubiertos de guirnaldas? 
¿Qué pequeña ciudad, de la playa o de un río, 
o alzada en la montaña, con una ciudadela 
pacífica, quedóse sin gente esa devota 
mañana? Y a tus calles, ¡oh, villa! , para siempre 
se verán silenciosas, y ni un alma a decirnos 
por qué estás tan desierta, podrá ya volver nunca. 

¡Forma ática, hermosa actitud! Guarnecida 
con progenie de hombres y doncellas de mármol, 
con ramas de los bosques y con hollada hierba. 
Tu empeño, ¡oh, silenciosa forma!, nuestros pensares 
vence, como lo eterno: ¡oh tú, pastoral fría! 
Cuando a los hoy lozanos ya la vejez consuma, 
te quedarás aún, en medio de otras cuitas, 
como amiga del hombre, diciendo: «La belleza 
es verdad; la verdad, belleza» : y eso es cuanto 
en la tierra sabéis, y ya más no precisa. 


:Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!...: 

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad! 
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin, 
amor de un solo pensamiento, que no divagas, 
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha. 
Permíteme tenerte entero... ¡Sé todo, todo mío! 
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer 
del amor que es tu beso... esas manos, esos ojos divinos 
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero, 
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo, 
no retengas un átomo de un átomo o me muero, 
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable, 
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil, 
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente 
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega! 


Poemas de John Keats:


A quien en la ciudad estuvo largo tiempo...

A quien en la ciudad estuvo largo tiempo
confinado, le es dulce contemplar la serena
y abierta faz del cielo, exhalar su plegaria
hacia la gran sonrisa del azul.
¿Quién más feliz, entonces, si, con el alma alegre,
se hunde, fatigado, en la blanda yacija
de la hierba ondulante y lee una acabada,
una gentil historia de amor y languidez?
Si, atardecido, vuelve al hogar, ya en su oído
la voz de Filomela, y acechando sus ojos
la fúlgida carrera de una pequeña nube,
lamenta el deslizarse del presuroso día,
desvanecido como la lágrima de un ángel
que cae por el éter claro, calladamente.

Versión de Màrie Montand


A Reynolds

¿DÓNDE hallar al poeta? Nueve Musas,
mostrádmelo, que Pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuere el monarca
o el más pobre de toda la tropa de mendigos;
o es tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león, y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra,
como lengua materna, en el oído.
Versión de Màrie Montand


A Reynolds 2

«Me inspiró estos pensamientos, mi Querido Reynolds, la belleza matinal, Que incitaba al ocio.
No había leido ningún libro, y la mañana me daba razón. En nada pensaba sino en la mafiana,
y el Tordo afirmaba mi acierto, pareciendo decir...»   (Carta a Reynolds, febrero 1818)


¡Tú, a cuyo rostro el viento de invierno se ha acercado
y que has visto las nubes de nieve entre la bruma
y entre heladas estrellas, olmos de negras cimas!
Para ti, primavera será tiempo de mieses.
Tú, que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha. Quien se apene
pensando en la indolencia, nunca será un ocioso,
y muy despierto está quien se crea dormido.
Versión de Màrie Montand


A un amigo que me envió unas rosas
Cuando ya tarde paseaba por los campos felices,
     A la hora en que la alondra sacude el trémulo rocío
     De su exuberante escondite de trébol; -cuando de nuevo
Los bravos caballeros cogen sus abollados escudos:
Vi la flor más linda que haya ofrecido la naturaleza silvestre,
     Una rosa almizcleña recién mecida por el viento; la primera en desprender
     Su fragancia al verano: crecía encantadora,
Como si fuera el cetro que empuñara la reina Titania.
Y mientras me regalaba con su aroma,
     Pensé en la rosa de jardín, con mucho superada:
Pero cuando, ¡Oh Wells!, tus rosas llegaron a mí,
     Mi sentido con su exquisitez quedó presagiado:
Dulces voces tenían, que con tierna súplica,
     Me susurraban sobre paz, verdad e invencible cordialidad.


 

 
A una urna griega

Tú, todavía virgen esposa de la calma,
criatura nutrida de silencio y de tiempo,
narradora del bosque que nos cuentas
una florida historia más suave que estos versos.
En el foliado friso ¿qué leyenda te ronda
de dioses o mortales, o de ambos quizá,
que en el Tempe se ven o en los valles de Arcadia?
¿Qué deidades son ésas, o qué hombres? ¿Qué doncellas rebeldes?
¿Qué rapto delirante? ¿Y esa loca carrera? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué son esas zampoñas, qué esos tamboriles, ese salvaje frenesí?

Si oídas melodías son dulces, más lo son las no oídas;
sonad por eso, tiernas zampoñas,
no para los sentidos, sino más exquisitas,
tocad para el espíritu canciones silenciosas.
Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia,
¡serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

¡Dichosas, ah, dichosas ramas de hojas perennes
que no despedirán jamás la primavera!
Y tú, dichoso músico, que infatigable
modulas incesantes tus cantos siempre nuevos.
¡Dichoso amor! ¡Dichoso amor, aun más dichoso!
Por siempre ardiente y jamás saciado,
anhelante por siempre y para siempre joven;
cuán superior a la pasión del hombre
que en pena deja el corazón hastiado,
la garganta y la frente abrasadas de ardores.

¿Éstos, quiénes serán que al sacrificio acuden?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que hacia los cielos muge,
los suaves flancos cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad a la vera del río o de la mar,
alzada en la montaña su clama ciudadela
vacía está de gentes esta sacra mañana?
Oh diminuto pueblo, por siempre silenciosas
tus calles quedarán, y ni un alma que sepa
por qué estás desolado podrá nunca volver.

¡Ática imagen! ¡Bella actitud, marmórea estirpe
de hombres y de doncellas cincelada,
con ramas de floresta y pisoteadas hierbas!
¡Tú, silenciosa forma, tu enigma nuestro pensar excede
como la Eternidad! ¡Oh fría Pastoral!
Cuando a nuestra generación destruya el tiempo
tú permanecerás, entre penas distintas
de las nuestras, amiga de los hombres, diciendo:
«La belleza es verdad y la verdad belleza»... Nada más
se sabe en esta tierra y no más hace falta.

Versión de Julio Cortázar


Al ver los mármoles de Elgin

Mi alma es demasiado débil; sobre ella pesa,
como un sueño inconcluso, la espera de la muerte
y cada circunstancia u objeto es una suerte
de decreto divino que anuncia que soy presa

de mi fin, como un águila herida mira al cielo.
Pero es un delicado murmullo este lamento
por no tener conmigo una nube, acaso un viento
que hasta abrir su ojo el alba me dé tibio consuelo.

Estas borrosas glorias que imagina la mente
prestan al corazón un territorio escondido
y un extraño dolor cuyo prodigio silente

mezcla la helénica grandeza con el sonido
del Tiempo ya pasado o de un mar inclemente,
con el solo la sombra de un ser desconocido.


Bien venida alegría, bienvenido pesar

Bien  venida alegría, bien venido pesar,
la hierba del Leteo y de Hermes la pluma:
vengan hoy y mañana,
que los quiero lo mismo.
Me gusta ver semblantes tristes en tiempo claro
y alguna alegre risa oír entre los truenos;
bello y feo me gustan:
dulces prados, con llamas ocultas en su verde,
y un reírse zumbón ante una maravilla;
ante una pantomima, un rostro grave;
doblar a muerto y alegre repique;
el juego de algún niño con una calavera;
mañana pura y barco naufragado;
las sombras de la noche besando a madreselvas;
sierpes silbando entre encarnadas rosas;
Cleopatra con regios atavíos
y el áspid en el seno;
la música de danza y la música triste,
juntas las dos, prudente y loca;
musas resplandecientes, musas pálidas;
el sombrío Saturno y el saludable Momo:
risa y suspiro y nueva risa...
¡Oh, qué dulzura, el sufrimiento!
Musas resplandecientes, musas pálidas,
de vuestro rostro alzad el velo,
que pueda veros y que escriba
sobre el día y la noche
a un tiempo; que se apague
mi sed de dulces penas;
ramas de tejo sean mi refugio,
entrelazadas con el mirto nuevo,
y pinos y limeros florecidos,
y mi lecho la hierba de una fosa.
Versión de Màrie Montand


Canción de Folly

¡Oh! Me asaltan los más terribles pensamientos.
Cual la de un ruiseñor su voz no sea, acaso,
y no sean sus dientes la perla más preciosa;
sus pestañas, tal vez, que yo sepa, no sean
más largas que la antena menuda de una mosca
de mayo, y en sus manos no tenga ni un hoyuelo,
pero sí muchas pecas. ¡Ah! Una nodriza loca,
porque anduviera pronto la pequeñuela, puede
haber curvado un par de piernas de Diana
y torcido el marfil de una nuca de Juno.
Versión de Màrie Montand

 

Canción de la margarita

Con su gran ojo, el sol
no ve lo que yo veo.
La luna, toda plata, orgullosa, pudiera
ocultarse igualmente en una nube.

Y al llegar primavera -¡oh, primavera!-
es la de un rey mi vida.
Echada entre los brotes de la hierba,
acecho a las muchachas bonitas en su paso.

Miro por los lugares donde no osara nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.
Versión de Màrie Montand


De puntillas anduve por un pequeño monte...
(fragmento)
De puntillas anduve por un pequeño monte.
daba frescor el aire y corría tan leve,
que los dulces capullos, con orgullo modesto
y languidez, doblando, en una breve curva,
sus tallos, con las hojas escasas y abusados,
no perdieron aún la estrellada diadema
recogida del día en su primer sollozo.
Puras eran y blancas las nubes, como ovejas
trasquiladas, saliendo del arroyo. Dormían,
dulces, en los bancales del azul; deslizábase
un estremecimiento silencioso en las hojas,
nacido del suspiro que exhalaba el silencio,
pues no se hubiera visto ni un moverse menudo
entre todas las sombras de la hierba, inclinadas.
Al ojo más voraz, largo vagabundeo
ofrecíase en torno, entre las cosas varias:
reseguir el cristal del lejano horizonte
y descubrir las líneas de su borde, indecisas;
imaginarse raros, caprichosos meandros
del sendero del bosque, interminable y fresco;
en los fondos umbríos y en salientes hojosos,
adivinar por dónde frescores busca el río.
Miré un poco, y tan ágil y libre me sentía
como si, abanicándome, las alas de Mercurio
hubiesen en mis pies retozado: era leve
mi corazón, y muchas delicias de mis ojos
me estremecían. Púseme a hacer un ramillete
de esplendores brillantes y suaves: leche y rosa.
Una mata de flores de mayo, con abejas:
¡ah! no faltará, cierto, en los recodos dulces;
que el lozano laburno sobre ellas se vierta,
y, junto a sus raíces, altas hierbas las guarden
frescas, húmedas, verdes; y den sombra a violetas
para que al musgo prendan en la red de sus hojas.
Un seto de avellanos, que ciñen zarzarrosas
y espesa madreselva, recogiendo la brisa
en sus tronos de estío; y también se vería
el ajedrez frecuente de algún árbol muy tierno,
que, con hermanos leves y verdes, ha brotado
en caprichosos musgos, de las viejas raíces(...)

Versión de Màrie Montand


Escrito antes de releer «El Rey Lear»

¡Romance de dorada lengua y laúd suave!
¡Oh sirena de bellas plumas, lejana Reina!
Tus melodías deja en este día crudo,
cierra tu libro añoso y quédate callada.
¡Adiós! Pues que, de nuevo, ya la enconada pugna
entre dolor de Infierno y apasionado limo,
ha de abrasarme todo; y probaré de nuevo
esa dulzura amarga del fruto shakespiriano.
¡Poeta Rey! Y nubes, vosotras, las de Albión,
creadores de nuestro profundo, eterno tema:
cuando cruzado hubiere el robledal antiguo,
no dejéis que divague por algún sueño inútil,
y, consumido ya del Fuego, dadme nuevas
alas de Fénix para mi vuelo deseado.
Versión de Màrie Montand

 

Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría...

¡Feliz es Inglaterra! Ya me contentaría
no viendo más verdores que los suyos,
no sintiendo más brisas que las que soplan entre
sus frondas confundidas con las leyendas grandes;
pero nostalgia siento, a veces; languidezco
por los cielos de Italia; íntimamente gimo
por no hallarme en el trono de los Alpes sentado,
para olvidar un poco lo mundano y el mundo.
Feliz es Ingtaterra y dulces son sus hijas,
sin artificio: bástame su encanto tan sencillo,
sus blanquísimos brazos, que ciñen en silencio;
pero en deseos ardo, a menudo, de ver
bellezas de mirada más honda, y de sus cantos,
y de vagar con ellas por aguas del estío.

Versión de Màrie Montand


Historia en versos

Lo hermoso es alegría para siempre:
su encanto se acrecienta y nunca vuelve
a la nada, nos guarda un silencioso
refugio inexpugnable y un reposo
lleno de alientos, sueños, apetitos.
Por eso cada día nos ceñimos
guirnaldas que nos unan a la tierra,
pese a nuestro desánimo y la ausencia
de almas nobles, al día oscurecido,
a todos los impávidos caminos
que recorremos; cierto, pese a esto,
alguna forma hermosa quita el velo
de nuestro temple oscuro: talla luna,
el sol, los árboles que dan penumbra
al ganado, o tales los narcisos
con su universo húmedo o los ríos
que construyen su fresco entablamento
contra el ardiente estío; o el helecho
rociado con aroma de las rosas.
Y tales son también las pavorosas
formas que atribuimos a los muertos,
historias que escuchamos o leemos
como una fuente eterna cuyas aguas
del borde de los cielos nos llegaran.

Y no sentimos a estos seres sólo
por breve lapso; no, sino que como
los árboles de un templo pronto aúnan
su ser al templo mismo, así la luna,
la poesía y sus glorias infinitas
cual una luz alegre nos hechizan
el alma y nos seducen con tal fuerza
que, haya sombra o luz sobre la tierra,
si no nos acompañan somos muertos.
Así, con alegría, yo refiero
la historia de Endimión (...)
Versión de Gabriel Insuasti


La caída de Hiperión (Sueño)

Tienen los locos sueños donde traman
elíseos de una secta. Y el salvaje
vislumbra desde el sueño más profundo
lo celestial. Es lástima que no hayan
transcrito en una hoja o en vitela
las sombras de esa lengua melodiosa
y sin laurel transcurran, sueñen, mueran.
Pues sólo la Poesía dice el sueño,
con hermosas palabras salvar puede
a la Imaginación del negro encanto
y el mudo sortilegio. ¿Quién que vive
dirá: "no eres poeta si no escribes
tus sueños"? Pues todo aquel que tenga alma
tendrá también visiones y hablará
de ellas si en su lengua es bien criado.
Si el sueño que propongo lo es de un loco
o un poeta tan sólo se sabrá
cuando mi mano repose en la tumba.

Soñé que en un lugar estaba donde
palmera, haya, mirto, sicomoro
y plátano y laurel formaban bóvedas
cerca de manantiales cuya voz
refrescaba mi oído y donde el tacto
de un perfume me hablaba de las rosas.
Vi un árbol de boscaje recubierto
por parras, campanillas, grandes flores (...) 
Versión de Gabriel Insuasti

 


La paloma

Una paloma tuve muy dulce, pero un día
se murió. Y he pensado que murió de tristeza.
¡Oh! ¿Qué le apenaría? Sus pies ataba un hilo
de seda, y con mis dedos lo entrelacé yo mismo.
¿Por qué morías, tú, de pies lindos y rojos?
¿Por qué dejarme, pájaro tan dulce? ¿Por qué? Dime.
Muy solito vivías en el árbol del bosque:
¿Por qué, gracioso pájaro, no viviste conmigo?
Te besaba a menudo, te di guisantes dulces:
¿Por qué no vivirías como en el árbol verde?
Versión de Màrie Montand

Meg Merrilies

La vieja Meg era gitana
y vivía en el monte:
era el brezo rojizo su lecho
y al aire libre tuvo su morada.
Negras moras de zarza por manzanas tenía,
por grosellas, simiente de retama;
su vino era el rocío de blancas zarzarrosas,
tumbas del camposanto eran sus libros.

Las ásperas quebradas por hermanas tenía
y por hermanos los alerces:
y sólo en compañía de su familia vasta,
vivió cómo le plugo.
Pasó sin desayuno más de alguna mañana
y sin almuerzo más de un mediodía,
y en vez de cenar, fijamente
contemplaba la luna.

Mas todas las mañanas, con tierna madreselva
sus guirnaldas tejía,
y cada noche, el tejo de la hondonada oscura,
cantando, entrelazaba.
y con sus dedos viejos y morenos
tejía esteras de junco,
que daba a los labriegos
al pasar por el monte.

Fué Meg bizarra como la reina Margarita,
y como de amazona era su talla:
llevó por capa el trozo de alguna manta roja,
tocóse con un mísero sombrero.
Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso,
pues murió ya hace tiempo.
Versión de Màrie Montand

 

Oda a la melancolía
1
No vayas al Leteo ni exprimas el morado
acónito buscando su vino embriagador;
no dejes que tu pálida frente sea besada
por la noche, violácea uva de Proserpina.
No hagas tu rosario con los frutos del tejo
ni dejes que polilla o escarabajo sean
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno
contemple los misterios de tu honda tristeza.
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta,
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu.

2
Pero cuando el acceso de atroz melancolía
se cierna repentino, cual nube desde el cielo
que cuida de las flores combadas por el sol
y que la verde colina desdibuja en su lluvia,
enjuga tu tristeza en una rosa temprana
o en el salino arco iris de la ola marina
o en la hermosura esférica de las peonías;
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado,
toma firme su mano, deja que en tanto truene
y contempla, constante, sus ojos sin igual.


3
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal.
También con la alegría, cuya mano en sus labios
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente
que en tanto la abeja liba se torna veneno.
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo
tiene su soberano numen Melancolía,
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa
boca muerde la uva fatal de la alegría.
Esa alma probará su tristísimo poder
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta.
Versión de Gabriel Insuasti


Oda a un ruiseñor

Me duele el corazón y aqueja un soñoliento
torpor a mis sentidos, cual si hubiera bebido
cicuta o apurado algún fuerte narcótico
ahora mismo, y me hundiese en el Leteo:
no porque sienta envidia de tu sino feliz,
sino por excesiva ventura en tu ventura,
tú que, Dríada alada de los árboles,
en alguna maraña melodiosa
de los verdes hayales y las sombras sin cuento,
a plena voz le cantas al estío.

¡Oh! ¡Quién me diera un sorbo de vino, largo tiempo
refrescado en la tierra profunda,
sabiendo a Flora y a los campos verdes,
a danza y canción provenzal y a soleada alegría!
¡Quién un vaso me diera del Sur cálido,
colmado de hipocrás rosado y verdadero,
con bullir en su borde de enlazadas burbujas
y mi boca de púrpura teñida;
beber y, sin ser visto, abandonar el mundo
y perderme contigo en las sombras del bosque!

A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro, los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y pálida, muere;
donde, sólo al pensar, nos llenan la tristeza
y esas desesperanzas con párpados de plomo;
donde sus ojos claros no guarda la hermosura
sin que, ya al otro día, los nuble un amor nuevo.

¡Perderme lejos, lejos! Pues volaré contigo,
no en el carro de Baco y con sus leopardos,
sino en las invisibles alas de la Poesía,
aunque la mente obtusa vacile y se detenga.
¡Contigo ya! Tierna es la noche
y tal vez en su trono esté la Luna Reina
y, en torno, aquel enjambre de estrellas, de sus Hadas;
pero aquí no hay más luces
que las que exhala el cielo con sus brisas, por ramas
sombrías y senderos serpenteantes, musgosos.

Entre sombras escucho; y si yo tantas veces
casi me enamoré de la apacible Muerte
y le di dulces nombres en versos pensativos,
para que se llevara por los aires mi aliento
tranquilo; más que nunca morir parece amable,
extinguirse sin pena, a medianoche,
en tanto tú derramas toda el alma
en ese arrobamiento.
Cantarías aún, mas ya no te oiría:
para tu canto fúnebre sería tierra y hierba.

Pero tú no naciste para la muerte, ¡oh, pájaro inmortal!
No habrá gentes hambrientas que te humillen;
la voz que oigo esta noche pasajera, fue oída
por el emperador, antaño, y por el rústico;
tal vez el mismo canto llegó al corazón triste
de Ruth, cuando, sintiendo nostalgia de su tierra,
por las extrañas mieses se detuvo, llorando;
el mismo que hechizara a menudo los mágicos
ventanales, abiertos sobre espumas de mares
azarosos, en tierras de hadas y de olvido.

¡De olvido! Esa palabra, como campana, dobla
y me aleja de ti, hacia mis soledades.
¡Adiós! La fantasía no alucina tan bien
como la fama reza, elfo de engaño.
¡Adiós, adiós! Doliente, ya tu himno se apaga
más allá de esos prados, sobre el callado arroyo,
por encima del monte, y luego se sepulta
entre avenidas del vecino valle.
¿Era visión o sueño?
Se fue ya aquella música. ¿Despierto? ¿Estoy dormido?

Versión de Juan González-Blanco de Luaces


Oda a una urna griega
1
Tú todavía inviolada novia del sosiego,
criatura nutrida de silencio y tiempo despacioso,
silvestre narradora que así puedes contar
una historia florida con dulzura mayor que nuestro canto.
¿Qué leyenda orlada de hojas evoca tu figura
con dioses o mortales o con ambos,
en Tempe o en los valles de Arcadia?
¿Qué hombres o qué dioses aparecen? ¿Qué rebeldes doncellas?
¿Qué loca persecución? ¿Quién lucha por huir?
¿Qué caramillos y panderos? ¿Qué éxtasis salvaje?

2
Dulces son las oídas melodías, pero las inoídas
son más dulces aún; sonad entonces suaves caramillos
no al oído carnal, sino, más seductores,
dejad que oiga el espíritu tonadas sin sonido.
Hermoso adolescente, bajo los árboles, no puedes
suspender tu canción ni nunca quedarán los árboles desnudos;
amante audaz, no alcanzarás el beso
tan cercano, mas no penes;
ella no puede marchitarse, aunque no se consume tu deseo,
para siempre amarás y ella será hermosa.
3
Ah ramas felicísimas que no podréis nunca
esparcir vuestras hojas ni abandonar jamás la primavera;
y tú, oh músico feliz, infatigable,
que modulas sin término canciones siempre nuevas;
y más feliz amor y más y más feliz amor,
entre el deseo para siempre y la inminencia de la posesión,
entre el aliento jadeante y la perpetua juventud.
Todo respira mucho más arriba que la pasión del hombre
que deja el corazón hastiado y dolorido,
y una frente febril y una boca abrasada.

4
¿Quiénes avanzan hacia el sacrificio?
¿Hasta qué verde altar, misterioso oficiante,
llevas esa ternera que muge hacia los cielos
y cuyos sedosos flancos se visten de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad en las orillas de un río o de la mar
o en una montaña coronada de quieta ciudadela
dejan sus gentes sola en la pía mañana?
Ciudad pequeña, tus calles para siempre
quedarán en silencio y nadie nunca
para dar la razón de tu abandono ha de volver.

5
¡Ática forma! ¡Figura sin reproche! En mármol,
de hombres y doncellas guarnecida
y de silvestres ramos y de hierbas holladas.
Oh forma silenciosa que desafía nuestro pensamiento
como la eternidad. Oh fría pastoral.
Cuando a esta generación consuma el tiempo
tú quedarás entre otros dolores
distintos de los nuestros, tú, amiga del hombre, al que repites:
La belleza es verdad y la verdad belleza. Tal es cuanto
sobre la tierra conocéis, cuanto necesitáis conocer.
Versión de José Ángel Valente  


 

Oda al otoño

Estación de las nieblas y fecundas sazones,
colaboradora íntima de un sol que ya madura,
conspirando con él cómo llenar de fruto
y bendecir las viñas que corren por las bardas,
encorvar con manzanas los árboles del huerto
y colmar todo fruto de madurez profunda;
la calabaza hinchas y engordas avellanas
con un dulce interior; haces brotar tardías
y numerosas flores hasta que las abejas
los días calurosos creen interminables
pues rebosa el estío de sus celdas viscosas.

¿Quién no te ha visto en medio de tus bienes?
Quienquiera que te busque ha de encontrarte
sentada con descuido en un granero
aventado el cabello dulcemente,
o en surco no segado sumida en hondo sueño
aspirando amapolas, mientras tu hoz respeta
la próxima gavilla de entrelazadas flores;
o te mantienes firme como una espigadora
cargada la cabeza al cruzar un arroyo,
o al lado de un lagar con paciente mirada
ves rezumar la última sidra hora tras hora.

¿En dónde con sus cantos está la primavera?
No pienses más en ellos sino en tu propia música.
Cuando el día entre nubes desmaya floreciendo
y tiñe los rastrojos de un matiz rosado,
cual lastimero coro los mosquitos se quejan
en los sauces del río, alzados, descendiendo
conforme el leve viento se reaviva o muere;
y los corderos balan allá por las colinas,
los grillos en el seto cantan, y el petirrojo
con dulce voz de tiple silba en alguna huerta
y trinan por los cielos bandos de golondrinas.

Versión de Màrie Montand



Sobre el mar

No cesan sus eternos murmullos, rodeando
las desoladas playas, Y el brío de sus olas
diez mil cavernas llena dos veces, y el hechizo
de liécate les deja su antiguo son oscuro.
Pero a menudo tiene tan dulce continente,
que apenas se moviera la concha más menuda
durante muchos días, de donde cayó Cuando
los vientos celestiales Pasaron, sin cadenas.
Los que tenéis los ojos dolientes o cansados,
brindadles esa anchura del Janar, como una fiesta ;
y los ensordecidos por clamoreo rudo
o los que estáis ahítos de notas fatigosas,
sentaos junto a Una antigua caverna, meditando,
hasta sobresaltaros, como al cantar las ninfas.
Versión de Màrie Montand
 

Sobre la cigarra y el grillo

Jamás la poesía de la tierra se extingue:
cuando a todos los pájaros abate el sol ardiente
y ocúltanse en fresdores de umbría, una voz corre
de seto en seto, por prados recién segados.
En la de la cigarra. El concierto dirige
de la pompa estival y no se sacia nunca
de sus delicias, pues si le cansan sus juegos,
se tumba a reposar bajo algún junco amable.
En la tierra jamás la poesía cesa:
cuando, en la solitaria tarde invernal, el hielo
ha labrado el silencio, en el hogar ya vibra
el cántico del grillo, que aumenta sus ardores,
y parece, al sumido en somnolencia dulce,
la voz de la cigarra, entre colinas verdes.

Versión de Màrie Montand
 


 

Sobre una urna griega       (otra versión)

Tú, novia intacta aún de la quietud,
prohijada del silencio y de las lentas horas,
selvático rapsoda, que refieres un cuento
florido, con dulzura mayor que en nuestra rima:
¿qué leyenda, ceñida de verdor, en tu forma
tiembla? ¿Será de dioses o mortales, o de ambos,
en el Tempé o en valles de Arcadia? ¿Quiénes son
esos hombres o dioses? ¿Qué doncellas resisten
al loco perseguir? ¿Qué pugna es ésa, huyendo?
¿Qué flautas y tambores? ¿Qué extasis salvaje?

Las músicas oídas son dulces, pero más
dulces son las no oídas. Seguid sonando, pues,
¡oh, caramillos blandos!, no al sentido: más tiernas
suenen en el espíritu las canciones sin notas.
Doncel, bajo los árboles, abandonar no puedes
tu canto y no podrían desnudarse esas ramas;
enamorado audaz, no podrás besar nunca,
aunque tan cerca estás ; mas no te apenes: ella
no puede marchitarse; tu ventura no alcanzas,
pero siempre amarás y será siempre hermosa.

¡Ah! ¡Felices, felices ramas, que vuestras hojas
no podéis esparcir, ni de abril despediros!
Y músico feliz, que no te cansas nunca
de modular canciones siempre nuevas. Empero,
más feliz, más feliz ese amor venturoso,
cálido siempre y no gozado todavía,
y jadeante siempre y para siempre joven:
todos alientan lejos de la pasión humana,
que deja el corazón tan saciado y tan triste
y una frente de fuego y la lengua abrasada.

¿Quiénes son esas gentes que al sacrificio acuden?
¿ A qué altar de verdores, ¡oh, extraño sacerdote!,
esa ternera guías, que hacia los cielos muge,
con los fiancos sedeños cubiertos de guirnaldas?
¿Qué pequeña ciudad, de la playa o de un río,
o alzada en la montaña, con una ciudadela
pacífica, quedóse sin gente esa devota
mañana? Y a tus calles, ¡oh, villa! , para siempre
se verán silenciosas, y ni un alma a decirnos
por qué estás tan desierta, podrá ya volver nunca.

¡Forma ática, hermosa actitud! Guarnecida
con progenie de hombres y doncellas de mármol,
con ramas de los bosques y con hollada hierba.
Tu empeño, ¡oh, silenciosa forma!, nuestros pensares
vence, como lo eterno: ¡oh tú, pastoral fría!
Cuando a los hoy lozanos ya la vejez consuma,
te quedarás aún, en medio de otras cuitas,
como amiga del hombre, diciendo: «La belleza
es verdad; la verdad, belleza» : y eso es cuanto
en la tierra sabéis, y ya más no precisa.
Versión de Màrie Montand

 

Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!...

¡Ten compasión, piedad, amor! ¡Amor, piedad!
Piadoso amor que no nos hace sufrir sin fin,
amor de un solo pensamiento, que no divagas,
que eres puro, sin máscaras, sin una mancha.
Permíteme tenerte entero... ¡Sé todo, todo mío!
Esa forma, esa gracia, ese pequeño placer
del amor que es tu beso... esas manos, esos ojos divinos
ese tibio pecho, blanco, luciente, placentero,
incluso tú misma, tu alma por piedad dámelo todo,
no retengas un átomo de un átomo o me muero,
o si sigo viviendo, sólo tu esclavo despreciable,
¡olvida, en la niebla de la aflicción inútil,
los propósitos de la vida, el gusto de mi mente
perdiéndose en la insensibilidad, y mi ambición ciega!

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